sábado, 31 de marzo de 2007

Ya gaviota migratoria


Ven, sí,
Ven
Y mírame.

Yo que fuera como alondra
Que apegada a tus jardines
Consumiera gota a gota
En tus rosas el rocío,
Hoy gaviota migratoria
Me apresto a levar el vuelo
Para dejar que acaricie
La dulce lluvia tus pétalos.

Y buscaré en otro mar
Las olas que nos negamos,
Al confín de un horizonte
Estrellado sin ocaso.

No es que en tu ansiado jardín
Dejase de amar las flores
Pero debo ya rendir
La sangre de mis blasones,
Y dejarte así morar
Nuevas nubes, nuevos vientos
Y recobrar la color
Sin mi aliento macilento.

Ven, sí,
Ven, y digamos adiós.

Y cuando me eche a volar
Mirémonos frente a frente
Esbozando una sonrisa
Que perdure para siempre.

viernes, 30 de marzo de 2007

Concurso de microrrelatos

En el trastero de la imaginación, el amigo larrey ha tenido la excelente idea de convocar un concurso de microrrelatos. Además está dotado de los mejores premios que se pueden conceder a alguien que escribe por el placer de hacerlo: participar y compartir. ¿A que sí? Pues venga, a animarse. Además de los enlaces, os copio aquí también las bases.

Un abrazo.
Rafa.

Una de las cosas más interesante que han llegado con el funcionamiento de este blog es el tema de los microrelatos. Además, por los comentarios que he leído, es quizá lo que más gusta. Como también estoy recibiendo de otros lectores he pensado HACER UN CONCURSO DE MICROS. No quiero que los participantes lo pongan como comentario de este artículo, sino que lo manden a mi correo: escritorenciernes@hotmail.com para que yo, una vez que tenga todos (espero que sean unos cuantos) los publique y republique (periódicamente) para que los vayamos votando. Así que, ya sabéis, lanzad el vuestro, que seguro que es el mejor.

Cigüeña

Yo ya no sé de nidos
Ni rutas hacia el sur:
Murmura un frío ardiente de sepulcros,
Y el viento en el ocaso
Sin nubes en el cielo
Me abisma desterrado al vertedero
Sin que una flor de plástico me otorgue
Quimérica esperanza de estaciones.

jueves, 29 de marzo de 2007

¿Y el amor?

Hoy he estado charlando con mi buen amigo Carlos, al que hacía ya un tiempo que no veía, y con el que siempre ha sido la conversación fluida, diversa, inteligente -digo yo-, y, en definitiva, amena y, a pesar de hablar tanto de temas serios como triviales, en todo momento divertida. Bueno, pues, como siempre, hemos hablado de todo tipo de asuntos, pero, de entre todos ellos, ha habido uno que, aun no siendo ni con mucho el de más peso –o sí, quién sabe-, ha llamado poderosamente mi atención.

Me refería Carlos que había escuchado una conversación entre dos amigas suyas, no porque Carlos tuviera intención de escuchar, sino por que ellas hablaban con total naturalidad del asunto y sin ningún tipo de tapujos, en la que una de ellas comentaba a la otra que los principales motivos que ella encontraba para compartir la vida con otra persona eran: poder irse de la casa de sus padres, sin tener que estar abocada a la soledad, y poder adquirir una Vivienda de Promoción Pública. Y, también, poder tener un acompañante seguro para las citas de carácter social, ya fuesen programadas o espontáneas. Y que, para poner la guinda a tan sólida relación, lo que no deja de ser ideal es que tanto los horarios laborales de los miembros de la pareja, como sus aficiones, no sean coincidentes para, de este modo, no dar oportunidad a demasiado diálogo. La respuesta de la otra amiga fue estar en todo de acuerdo. Y, bueno, tal vez, aunque ninguna de las dos lo mencionase, me da por pensar que, igual en algún momento, pudieron pensar en lo útil –y útil es un adjetivo muy meditado en este punto del texto- que puede resultar poder tener más o menos asegurada la satisfacción de las necesidades sexuales. Aquí es preciso que haga un inciso para decir que pienso que una conversación de este tipo es igualmente posible entre dos hombres.

Tras contarme todo esto, con una expresión y un tono de voz que denotaban perplejidad y asombro, hizo una larga pausa, acompañada de un gesto pensativo y a la vez escéptico, tras la que, con una vehemencia calmosa, me dijo:

- Y entonces yo pensé, Rafa, ¿y el amor?, ¿y el amor?

Yo, que no dejo de ser un romántico compulsivo y puede que un tanto morboso, no pude más que, sin palabras, mostrarme de acuerdo con la profunda, compleja y decepcionada reflexión sobre la banalización de los afectos contenida en su pregunta retórica.

Pero, casi de inmediato, terminé por decir:

- Querido amigo, nosotros dos no somos más que unos idealistas trasnochados y permanentemente angustiados por pretender o por no poder abandonar ciertas filosofías de vida que ya hace tiempo que se batieron en retirada.

Y, entre estas filosofías, no me refería tan sólo a las relativas al amor-pasión o de pareja, sino a todo tipo de relaciones “sociales” –padres-hijos, entre amigos, etc.- en las que el afecto, de ser casi el motivo exclusivo o, al menos, el de mayor importancia para su nacimiento, desarrollo y consolidación, ha pasado a considerarse un elemento meramente accesorio, con tintes ciertamente edulcorantes o decorativos, cuando no a no existir directamente.
O ¿pudiera ser también que yo ya me haya hecho adicto crónico a los pensamientos negativos?

Lo que siento por ti (un poema de Idea Vilariño)

Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.

Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.

Lo que siento por ti, tan doloroso
como pobre luz de las estrellas
que llega dolorida y fatigada.

Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega.

Idea Vilariño.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Sobreviviente

Cuando me colmó tu ausencia
yo pensaba que sin ti
de desamor moriría.

Y en mi espantosa agonía
esa esperanza perdí:
¡Sobrevivo en la carencia!

(Ya lo dice el refranero:
mala hierba nunca muere;
¡Soy cizaña sin tu apego!).

Abismos


Hoy me siento enfermo, más enfermo de lo que últimamente es habitual. Ayer me lancé una vez más a corazón abierto contra el muro de espinos que me rodea sin efugio, intentando arañarle una leve rendija que permitiese entrar un poco de aire. Pero lo único que logré fue salpicarlo todo de sangre. Y, tras el golpe, noté que algo importante, casi vital, se me había roto en lo más adentro. No fue nada físico, pero un trozo de alma se me cayó por los suelos con estrepitoso silencio, dejando al descubierto un enorme no se qué amargo y macilento en mitad de mi costado. Después, con el paso de las horas, pareció que de la herida abierta iba dejando poco a poco de manar con tanta fuerza la esperanza. Pero al llegar la noche, se me comenzó a escapar otra vez a borbotones. No he podido pegar ojo y no me han dejado de doler por un solo instante la cabeza, el pasado y el estómago. A las seis de la mañana, cuando me avisó el despertador de que me debía poner en marcha, me metí en la ducha para tratar de inferir un poco de calor al desaliento, y así desentumecer mi corazón cansado lo suficiente como para poder enfrentarme al día. Pero sólo he sentido frío. Luego, unas nauseas terribles me han retorcido de angustia haciéndome vomitar densos regueros de vacío. Pero casi todo se me ha quedado dentro. Y tampoco he logrado expulsar la bilis inmunda que inunda mis sentidos. Y no he tenido fuerzas para erguirme en el abismo. Ahora estoy en casa, sólo, más sólo que nunca, tratando de taponar con el olvido los desgarros de mis entrañas, para mañana poder de nuevo arrastrarme por el fango buscando el camino que he perdido. Pero en esta cárcel que encierra la arritmia palpitante de los pedazos de mi alma requebrada, sigo sin vislumbrar una estrella que me muestre donde queda la salida. Todo está negro; y el dolor inenarrable de lo oscuro hace que sangren mis dedos.

martes, 27 de marzo de 2007

Sólo busco un breve aliento

Sólo busco en la energía
De un breve aliento prestado
La calidez de la esencia
De algunos sueños pretéritos.
(Y en la atmósfera vacía
Vago en mis suspiros yermos).


Sólo espero que un momento,
Pertrechado de esperanza,
Alumbre la turbia uñada
Que se requiebra en mis dedos.
(Y en mis sueños de vigilia
Vuelan sombras al acecho).

Sólo un poco de clemencia
Dictada por los afectos
Para arrancar a mi vida
Tanto barro en sus cimientos
(Y una dureza de piedra
Se desploma desde el cielo).


Sólo una mirada amiga
Que la maraña marchite
Y de su mano sin tacto
Me conduzca a mi sendero.
(Cicatrices de patíbulo.
Arañan muñones ciegos).

Poder balbucir un nombre
Sin disfrazar de metáfora,
Torpe máscara que esconde
Culpa, cobardía y miedo.
Sólo
Eso
Voy buscando
Solo en mitad del océano,
Con el trayecto
Perdido,
Sin remos, vela, ni viento,
Sin un leve canto de sirenas
Como el último refugio del naufragio.

Y profano el mar que me acogía
Al tratar de retenerlo entre las manos,
Y la hiriente arena macilenta
De amargas lunas menguantes
Se me instala en los sentidos
Ahogándolos.

Pedestal de cieno

Te he visto en un delirio mirándome
Desde el pelo ensortijado dando escolta
A tus labios de fresa y tentación,
Y nos he soñado eternamente compartiendo
Anhelos, sinsabores y esperanzas
Al son del prodigio del viento:
Dulce sueño de un iluso
Que aún piensa que los afectos
Son los que mueven el mundo.
Luego, al despertar
Con matices agridulces en mi aliento
Te he buscado por la casa
Como quien busca un latido quebrado
Y la estela de mi sangre en el silencio me ha arrojado
Al pedestal de tu ausencia.

lunes, 26 de marzo de 2007

Cuarenta grados a la sombra (un poema de María Gómez)


Cuarenta grados a la sombra
Hay una alameda sin álamos
y sin bancos en los que sentarse
donde se compra y se vende dinero
al mayor postor.
Una irónica pintada de diseño ('Escape')
corona la fachada
de un antro sospechoso, con puerta cerrada
a hierro y canto.
Rodean la alameda sin álamos
ocho edificios Giralda de hormigón.
Un pobre de limosna soporta la vida bajo
la 'Consulta de Tratamiento de la Anorexia Mental
(puerta 21, cuarto B)'.
Y yo,
que salgo de la casa para no estar sola,
me siento en una terraza de esta alameda
sin álamos y con bancos nominativos,
a ver si por lo menos intercambio aburrimientos
con el camarero.
Pero no aparece nadie.
Al rato, el colmo de la soledad:
"psh, oiga, que es autoservicio",
equivalente al "su tabaco, gracias".
Menos mal Angel González
y esta cerveza fría
que indirectamente me han servido.
Pienso en ti y en el poema que escribirías
rodeado por esta realidad del verano sevillano,
en un barrio de urbanismo urgente e impersonal.


María Gómez Martínez, Islamaría.


Para saber más de María Gómez. Y también aquí.

Aun con la lengua muerta

Aun con la lengua muerta y fría la boca
Pienso mover la voz a ti debida.
Garcilaso de la Vega.

Cuantas veces a las puertas
De tus brazos he quedado,
Cuantas noches macilentas
Sin la luz de tu regazo,


Cuanta lágrima escondida
En la angustia de mis versos,
Cuanta pútrida saliva
Calcinada sin tus besos,


Cuantos gritos despechados
En la prisión de la ausencia
Cuanto amor amordazado
Tras los muros de un poema,


Cuanta estrofa ensangrentada
Por no habernos encontrado,
Cuanta vida malgastada
Por el pánico a entregarnos.


Y se me escapa la vida
Con la mudez de mis versos
Poesía a ti debida
Como bálsamo y veneno.


El desamor que en ti siento
Es lo que me hace poeta,
Y extenderá mi lamento,
Cuando more bajo tierra,


Más allá del sinsentido
De lo eternamente muerto,
Y mi verso como aullido
Pervivirá en el silencio,


Aunque entonces como ahora,
Indiferente a mis ruegos,
Tornes muda la oratoria
Donde yacen mis deseos.

domingo, 25 de marzo de 2007

In-tacto

Quisiera tocar tus manos esta noche,
Y trémulo extiendo las mías
A un celeste de espejismos
Que olvidaron ya tu nombre.


Y todo, tan de súbito
Como el fin del fulgor de un relámpago,
Se torna oscuro,
Y el aliento,
Frío,
Me abisma en caminos de cieno
Entretejidos de invierno.


Y en la ciénaga de los sueños rotos
Pierdo a jirones la piel
Del alma,
Y el corazón entre el hielo,
Late en sinfonías moribundas
Con acordes de espanto y derrota.


Sí, quisiera poder sentir,
En la dulce ebriedad de un ensueño,
Mis manos en tus manos esta noche,
Pero mis dedos dormidos
Nunca conocieron tacto,
Y el peso de la vigilia,
Como tenaza en los labios,
Se me hace eterno.

sábado, 24 de marzo de 2007

Lo único que ya tenía

Hubo unos instantes en los que llegó a estar convencida de que al fin había logrado desprenderse de la añoranza. Y entonces, sin mediar tiempo alguno… se sintió ¡tan vacía!

La tolerancia no es suficiente (por Ignacio González de los Reyes Gavilán)

Vivimos en un mundo, el mundo occidental que, como resultado de su evolución histórica, y tras sufrir guerras y revoluciones, ha visto el triunfo de regímenes y valores democráticos. Entre estos valores, como pilar fundamental, se resalta la tolerancia, elemento primordial para la normal convivencia democrática. Debemos estar dispuestos a admitir que existan diferentes corrientes ideológicas, a que éstas expresen públicamente su opinión y que puedan recibir apoyo de los ciudadanos a través de los sistemas de representación establecidos. Fenómenos como la inmigración, con su efecto de importación de razas, culturas y religiones, han obligado, casi como una necesidad, a fomentar tolerancias que van más allá de la tolerancia política, tolerancias que incluyen lo religioso, lo racial, lo cultural. Vivimos en un mundo que valora la tolerancia como eje de la convivencia. Y eso está bien...pero no es suficiente.

Muchos fenómenos a nuestro alrededor nos demuestran que si queremos una auténtica convivencia humana y fructífera es necesario dar algunos pasos más allá de la tolerancia.


Nos decimos tolerantes y democráticos, pero los intercambios entre ideologías políticas vienen plagados de insultos y acusaciones, de descalificaciones e insinuaciones malévolas. No parece existir un verdadero afán de intercambio de ideas, sino un espíritu de lucha y confrontación. Toleramos a los otros, es cierto, pero ¿ qué entendemos por tolerar ? Según la Real Academia Española de la Lengua tolerar es ‘sufrir, llevar con paciencia’, o también, ‘permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente’. Esas dos definiciones recogen el espíritu real que se esconde tras nuestra presunta tolerancia: soportamos, permitimos otras ideologías, admitimos su legalidad, pero siempre como algo erróneo, como un peso que debemos soportar con paciencia.


Ese enfoque es suficiente para evitar absolutismos, para sustentar regímenes participativos, para que exista libertad. Pero cuando pensamos en enriquecer la convivencia, o cuando pensamos en esa convivencia en entornos reducidos, en convivir en la familia, en un grupo de amigos, en una comunidad de vecinos, en un foro de Internet, en nuestro lugar de trabajo, la tolerancia, simplemente, no es suficiente.


Debemos acompañar la tolerancia de otros valores, de otras virtudes, de otras actitudes, de otros atributos, que realmente nos permitan mejorar como sociedad, como grupo, como personas y que fomenten una convivencia armoniosa al tiempo que enriquecedora.


El primer y necesario paso que deberíamos dar es el paso del respeto. No se trata de sufrir con paciencia ideas contrarias a las nuestras, se trata de respetarlas. Se trata de admitir, pero admitir de corazón, que esas ideas pueden ser tan razonables, quizá tan acertadas, como las nuestras. No se trata de decir ‘yo respeto todas las opiniones’ frase que no suele ser más que eso, una frase, una frase hecha, una frase hueca. Se trata de interiorizar la validez de esas ideas, al menos como hipótesis. De admitir como posible que esas ideas sean acertadas. Esto descarta, entre otras cosas, actitudes insultantes o despectivas. Si consideramos respetables las ideas ajenas, nunca caeremos en descalificaciones: no podemos descalificar algo que nos merece respeto, no podemos insultar o despreciar a alguien por mantener una posición que nos parece respetable e, incluso, de plausible acierto.


Un paso más, en esta escala de convivencia, es acompañar la tolerancia de aprecio, consecuencia casi directa del respeto. Mediante el aprecio, adornamos de cualidades morales, aunque sólo sea en grado de presunción, al que sostiene ideas contrarias a las nuestras. En el terreno político, admitimos que una persona de derechas puede, a pesar de ello, ser bienintencionado y buena persona o, por el contrario, admitimos que una persona de izquierdas puede, a pesar de ello, ser intencionado y buena persona. O que puede ser monárquico y, a pesar de ello, bienintencionado y buena persona, o republicano y, a pesar de ello, bienintencionado y buena persona, o anarquista y, a pesar de ello, bienintencionado y buena persona. Y lo mismo cabe decir, por ejemplo, de un ateo, o de un católico o de un musulmán. Eliminamos el típico maniqueísmo, la típica y tan dañina reacción de corte tribal de pensar que ‘los otros’ son ‘los malos’.


Pero aún podemos ir más allá. Podemos, incluso, incluir la empatía, podemos intentar entender el razonamiento y modo de pensar y sentir de los que no piensan como nosotros. Podemos ponernos en su pellejo, en su cerebro y en su corazón. Liberados de prejuicios por obra del respeto y el aprecio, un ejercicio de empatía, puede, además, aproximarnos a los otros. Tal vez entendamos sus razones, tal vez hasta lleguen a convencernos. En cualquier caso, nos acercamos.


Pero sí creemos que con esto hemos alcanzado la perfección, yo diría que aún no. Diría que, finalmente, deberíamos añadir el atributo del amor, que puede adoptar, según el caso, formas de cortesía, de amistad o de auténtico amor. Quizá este atributo sólo se pueda lograr en grupos humanos reducidos y no, por ejemplo, a escala nacional, pero no deja de ser el objetivo, quizá la utopía. Mediante esta cualidad, cuidamos los sentimientos de nuestros oponentes Porque les apreciamos, porque les amamos, cuidamos de no hacer daño si debemos expresar nuestras diferencias. Nos lleva a poner por delante los sentimientos de quienes apreciamos frente a la mera defensa de nuestras posiciones. Esto no supone una renuncia a nuestras convicciones, sino unos cauces acerca de cómo hacer llegar esas convicciones a quienes no piensan igual.


Realmente, la tolerancia es un valor positivo, es la base de una convivencia en libertad, pero no es suficiente. Si queremos una convivencia armoniosa, si queremos caminar juntos hacia mejores destinos, debemos acompañar esa tolerancia de respeto, aprecio, empatía y amor.


Ignacio González de los Reyes Gavilán


Podéis leer más cosas y saber más de Ignacio en su Mundo Azul y en el Portal Literario El Recreo.

Pérdida

He perdido la carátula extraíble
del reproductor de emepetrés del coche,
y en estos días, también
-¡no!, ¡no tan bien!, ¡no!-,
sobre asfaltados sin música,
me acompaña en mis viajes tu recuerdo.
Y lo hace tal que siempre
como lúgubre canción desafinando
repiqueteos a muertos
-la campana que con pena
me saluda cuando paso
con tañidos de silencio-.


Y en lugar de la voz de Dulce Pontes,
balsamando en el tímpano la ausencia,
brota por la garganta como simas
un grito –amargo- puesto en el cieno,
pero el dios del abismo y el ruido
-¡tan poco!- tampoco presta su oído
al clamor de mi quebranto.

Coitus interruptus

A Mar, por retorcer mi imaginación.

Cada cierto tiempo, cuando ya casi no podía seguir soportando la ansiedad que le provocaba su ausencia, la llamaba para invitarla a un café o a una cerveza. Ella accedía en cada ocasión, pues, aunque siempre se esforzó en no demostrarlo, lo quería con toda su alma, y lo último que deseaba era poder llegar a hacerle daño, aun sabiendo que él ya estaría herido de por vida por su causa, una causa perdida de antemano. Nunca permanecían juntos más de diez minutos y siempre era él quien sugería el momento de despedirse. Ella siempre, al marcharse, le decía que no dejase de llamarla cada vez que le apeteciese, pero estaba convencida de que no lo haría, porque sabía que él pensaba que, por mucho que lo desease, no se debía permitir llamarla cada día.

Pero esta vez parecía que podían cambiar algunas cosas. Cuando él la llamó, ella le sugirió que podían quedar citados para cenar juntos. Durante la velada, como era habitual, sólo hablaron de cosas intrascendentes, él siempre encontraba el modo de evitar hablar de sentimientos. No obstante, en el rostro de ella, siempre tan calmada, asomaba incontenible una inquietud evidente. Cuando él decidió poner fin al encuentro y ya se levantaba de su asiento, ella lo detuvo agarrando con firmeza su antebrazo.

- Verás, Manuel, aunque yo nunca te lo haya dicho, tú sabes que te quiero con toda mi alma, que haría cualquier cosa que estuviese en mi mano por ti. Yo sé, Manuel, que desde el día en que me conociste, y durante todos estos años que nos hemos estado viendo casi a diario empujados por nuestra amistad… yo también echo de menos esos momentos, Manuel, yo también los echo de menos, pero, al igual que tú, no creo que podamos llegar a recuperarlos –en ese instante se inclinó hacia delante para mostrarle la hermosa madurez de sus senos desde el balcón al mar de su escote celeste. Te decía que sé que durante todo ese tiempo no has podido dejar de desear por un solo instante follar conmigo, que, incluso ahora, en cada uno de nuestros encuentros esporádicos, no puedes dejar de pensar en ello. Pues bien, Manuel, ya no lo soporto más, cada día que pasa estoy más cansada de verte así, tan lleno de tristeza. Así que, esta noche, vayamos a mi casa y echemos un buen polvo. O, mejor, follemos como salvajes, sin límites ni medida, sin precauciones, hasta que alguno de los dos, tras haberlo intentado con todas sus fuerzas, comprenda que está rendido y que no puede más. Hagámoslo, Manuel, como si mañana se acabase el mundo, porque esta noche, Manuel, esta noche… puede que sea el fin del mundo, de ese mundo que ambos conocimos y que ha terminado por alejársenos tan inalcanzable.

Cuando ella terminó de hablarle, Manuel volvió a sentarse de nuevo, y, hundiendo su mirada en el mantel como si fuese el fondo del más insondable abismo, permaneció en silencio durante unos pocos segundos que a Elvira se le hicieron interminables.

- ¿Sabes?, Elvira; yo, como viene sucediendo desde el mismo día en que te conocí, y aunque sé que por mucho que llegases a intentarlo nunca podrías sentir algo parecido a lo que yo siento por ti, daría mis cinco sentidos tan sólo porque tú me amases un solo día. Un solo día sin sábanas ni noche –respondió, trémulo, con un tono de voz agridulce y la mirada, humedecida de desesperanza y de tristeza, reflejándose en los desolados ojos de Elvira.

viernes, 23 de marzo de 2007

Las cuatro dimensiones

Se ha instalado en mi mente tu memoria
A lo ancho.
E incansable se expande cada noche
A lo bajo,
Donde espesa, profundiza en los muros
Del silencio,
¡Oh triste infierno sin tiempo¡

(¿He de pensar que existió
Alguna vez tu sonrisa?)

Big Bang

La explosión de vida y movimiento que se produjo con el Big Bang, sólo fue un accidente intrascendente, un leve rasguño del que finalmente no quedará la mínima señal de cicatriz sobre la inmensa piel fría, oscura e inmóvil de la noche eterna.

jueves, 22 de marzo de 2007

Mar sin olvido

A la playa del olvido
Me trajo el mar tu memoria
-¡Ay! corazón confundido
Entre el averno y la gloria-,

Y de la arena prendido,
La resaca predatoria
Bamboleó el sinsentido
De mis huellas sin historia

Luego una bruma de invierno
Abriendo llagas de hielo
Me requemó la esperanza:

En océanos de infierno,
Sin sol, zozobró mi cielo
¡Triste malaventuranza!

Haikus de mar y arena (Antología segunda)

VI

Si acaso somos
leve huella en la arena
que la mar barre.

XIII

Con alas ciegas
vuelo a tu arenacielo,
gaviotamar.

XIV

De noche el mar
arrasa mis castillos
de arenamor.

XL

Entre mi barca
y la luz de tu faro,
el arrecife.

L

Como Penélope
destejedor nocturno,
por si amaneces.

LVII

Quiero ser ola
para borrar tus huellas
de mi memoria.

LXI


Mar sin orilla,
barquitos de papel
son los suspiros.

LXXV

¡Reloj de mar!
no te lleves la arena
de su recuerdo.

LXXXI


Sin tu poniente
en esta calma chicha
sangran mis velas.

LXXXII

Quise ser palo
para aguantar tu vela
Y zozobramos.

Como ya adelanté, en esta segunda y última antología de mis "Haikus de mar y arena", he escogido algunos de los que se podría decir que son más heterodoxos, "menos" haikus.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Amor platónico

Hoy al llegar,
La primavera,
Ha rozado con sus alas
La escarcha de la mazmorra
Que desbocada palpita
De sollozos de añoranza
Y espantoso desconsuelo,
En el mar de telarañas
Que se vertiera en mi pecho
Como duelo.

Sólo fue por un instante,
Volátil como espejismo
Que se inicia al dar las doce
En la bruma cenicienta
De la noche.

Pero dejó con su magia,
Blanca como flor de almendro,
Cielo azul en las miradas
Eclipsadas de cegueras
Y de invierno.

Hoy en su roce,
De primaveras,
Y en el vuelo de su aliento,
Trenzado de aroma a flores
Y la luz de un arco iris
Tal que un ósculo salobre,
Vislumbré que tras los muros
Que encarcelan mi esperanza
Aún pervive una simiente
De magnolios,

Y que al huerto donde habita
La lila color celeste
Aún conduce algún sendero
Entre las marañas densas
Del silencio.

Y anegado del calor
De su fugaz aleteo,
Se hizo cántico el gemido
Como réplica al dolor
Del olvido.

El estruendo de los corderos

Cuando, siéndolo o no, los que se sienten víctimas se creen en el derecho de exigir que haya de ser su verdad la admitida en todo momento por todos, y sitúan a los que discrepan en las trincheras del enemigo y del mal, es que están comenzando a sufrir la metamorfosis que puede llevarlos a transformarse en los siguientes verdugos.

El árbol del bien y del mal

"¿Tu verdad?, no, la verdad, y vente conmigo a buscarla. La tuya guárdatela".
Antonio Machado.

Hubo hace ya un tiempo tan lejano que se pierde en la ciénaga en la que se confunden en un solo ser la Historia y la Leyenda, según se dice, allá por las tierras de Mesopotamia, una tribu que habitaba el más rico vergel nunca conocido. Eran los Manis. Los Manis adoraban a las dos entidades que se fundían en el que para ellos era el único dios verdadero: el árbol del bien y del mal. De un tamaño colosal y una feracidad como al parecer jamás ha alcanzado ningún otro, del árbol del bien y del mal brotaban continua y simultáneamente dos tipos de frutos: el ormuz y el ahrimán. El primero era tan blanco como la nieve de las más altas cumbres nunca holladas por el pie de ningún hombre, en tanto que el segundo era tan negro como la más oscura noche sin luna ni estrellas.

Con el paso del tiempo, y las luchas de poder intestinas, los Manis terminaron por diferenciarse en dos facciones religiosas y políticas enfrentadas, que tomaron sus nombres de cada una de aquellas entidades, ahora ya separadas en dos realidades distintas y sin conexión alguna, a las que respectivamente terminaron por adoptar como símbolos diferenciadores, y por consagrar su obediencia, culto y pleitesía: los unos, al ormuz, y los otros, al ahrimán. Cuando el poder era ostentado por la facción de los Ormuzes, tan sólo se permitía comer los frutos blancos del árbol del bien y del mal, en tanto que cuando lo alcanzaban los Ahrimanes, aquéllos pasaban a estar prohibidos y no se podía consumir más alimento que sus frutos negros. El resto de los frutos, diverso y multicolor, que generosamente ofrecían los territorios habitados por los Manis, pasó a estar vedado en todo momento.

Tras pocas generaciones los Manis comenzaron a ser presa de enfermedades hasta entonces desconocidas, y a estar aquejados por una debilidad abrumadora y creciente. Pronto algunos hombres sabios, agrupados en una sociedad secreta auto-denominada de “Los Dioclecianos”, comenzaron a tratar de extender la teoría de que la causa de todos los males de la tribu no era otra que el hecho de que todos y cada uno de sus miembros hubiesen terminado alimentándose tan sólo de los frutos del árbol del bien y del mal. Era tal la represión que se fue urdiendo contra aquel peligroso germen de sedición, que cualquier sospechoso de profesar semejante herejía era arrojado de inmediato al Éufrates con una enorme roca atada al cuello. Éste era el único punto de consenso existente entre los líderes de ambas facciones.

Y cuanto más patente y aguda se hacía la debilidad enfermiza que aquejaba a los Manis, más se iba ensimismando el conjunto de la tribu en torno al árbol del bien y del mal. Hasta que al fin, cuando apenas ya les quedaban fuerzas para erguirse lo suficiente como para alcanzar sus frutos, y como producto más de la desesperación que de la reflexión, terminaron por aceptar que aquellos que habían estado siendo perseguidos y sacrificados en injusta ordalía durante generaciones y generaciones por herejes, podrían haber estado en lo cierto.

Fue sólo entonces cuando, con avidez y desesperación, los Manis se volvieron de nuevo hacia el vergel. Pero sólo quedaba desierto. En no más de una década desaparecieron de la faz de la tierra.

martes, 20 de marzo de 2007

Haikus de mar y arena (Antología primera)

VIII

Enamorados
el mar y las arenas.
Parto de espuma.

XIX

Sobre la arena
va dibujando el mar
su libro en blanco.

XXVIII

Con piel de tul
bailan su danza antigua
las aguamalas.

XXIX

Con la pleamar
Tetis busca el dulzor
que trae la ría.

XXXVI

Mar de marfil
cuando la luna llena
peina tus olas.

XXXIX

Blanca salina,
hieráticos flamencos,
butoh rosáceo.

XLVI

Sobre las olas
la libélula juega
a ser gaviota.

XLVII

Tejen las olas
una alfombra de conchas
y de algas muertas.

XLIX

Feraz marisma
cópula de agua dulce
y espumasal.

LIII

La estela blanca
hiere la piel del agua.
Rasguño leve.

Desde mediados de enero al uno de abril de 2006 escribí 101 haikus de mar y arena. Entre todos ellos, he hecho esta selección en la que he tratado de recoger aquellos que tal vez más se aproximen a un concepto más ortodoxo de haiku. Más adelante haré una selección con aquellos otros en los que pienso que más domina la heterodoxia, en los que la metáfora se constituye en elemento esencial, en los que es el universo interior, ajeno casi por completo a lo externo, el que domina lo que tratan de expresar sus diecisiete sílabas métricas.

lunes, 19 de marzo de 2007

Lázaro (un poema de Octavio Fernández Zotes -Foz)

Lázaro oyó sonar sobre su tumba
la voz majestuosa
del más dulce amigo de la infancia.
Ha días que dormía mansamente
en el seno caliente de la tierra.

Era un sueño apático y sin sueños;
era un estar estando, simplemente.
Era una soledad cristalizada.
Era un nadar a braza por la nada.
Era un vacío hundido en el vacío.

Su amigo le conminó con voz urgente:
¡álzate, Lázaro, álzate y anda!

Pero Lázaro, ¡ay!, estremecido,
miró en torno a él y, convencido
de que nada sorprendente le esperaba,
se dio la vuelta y continuó dormido.

Octavio Fernández Zotes (Foz)

Foz ha publicado los poemarios “En las zarzas del camino” (Editorial Erroteta, 2005) y “Memorial inacabado” (Ediciones Hontanar, 2006), y ha participado asimismo en la Antología poética “Poetas de Transición” (Ediciones Hontanar, 2006).

Muchos de sus poemas y relatos se pueden leer en el
Portal Literario "El Recreo".

Más información en
"Poesía en el páramo".

(La fotografía es el recuerdo gráfico de una maravillosa velada que tuve oportunidad de compartir el pasado mes de febrero en el Parador Nacional de Mazagón con Octavio y su compañera, Pilí. Dos grandes personas colmadas de humanidad y buenos sentimientos).

Gárgola

Canta el murmullo del agua
Bajo mármoles sedientos…
Espanto!
Un espejismo de océanos
Ensombrece con sus alas,
Sin sal,
Los aguaceros de ensueño
Que asoló la tempestad
Del miedo.

Y de abismos rojos de delirio brotan,
Lentamente,
Unas manos enlutadas de arco iris
-Fúnebre silencio de violines
Con las cuerdas quebradas.

Banderas

Ésta, aunque prefiera otras, también es mi bandera

Ninguna bandera merece el riesgo de que se rompa una paz, de que se pierda una vida, de que se derrame una sola gota de sangre, de que se desate un pequeño instante de odio. Abusar de una bandera, tratando de resucitar al fantasma sanguinario de las dos Españas, ese fantasma que vaga entre el más de un millón de tumbas que abrió con sus fauces, ha de ser como mínimo calificado de alta traición. Y aquellos que osasen perpetrar tal abuso ya siempre deberían ser recordados como apologistas de la guerra y el crimen.

Reloj de arena

Manejar el tiempo: en siglos eternos transmutar minutos, segundos, azules; la ausencia, el silencio sin fin, en chasquido efímero irrepetible -luz inmediata de un relámpago de pies descalzos en la playa rojiza de un ocaso sin noche. Mas mi reloj no es de arena: la gran piedra devora, el tiempo triunfante -recién tirano derribando pedestales.

Mitos antiguos, a borbotones desbocados, desangra el albor.


(Abril de 2005)

domingo, 18 de marzo de 2007

Haiku


Ya es primavera.
Una encina, de pie,
se va muriendo.

Hoy voy a celebrar el Día Forestal Mundial con unos amigos (por que el día 21 es laborable y es más complicado). Sembraremos árboles y también trataremos de sembrar en los niños el amor a la Naturaleza y la necesidad de conservarla. Sí, ya es, si no astronómicamente, sí de hecho, primavera. Y también esta primavera seguiran muriendo, de pie, con dignidad, muchas encinas aquejadas de ese mal que se ha dado en denominar "la seca" y cuyo origen aún no parece estar nada claro -y es que hay investigaciones que cuesta mucho llevar para adelante-, pero seguro que tiene que ver mucho con el "progreso". Alguien me dijo hace unos días, dada mi firme oposición a muchos proyectos auspiciados por el progreso: "Tú, Rafa, es que quieres cargártelo todo". Yo no pude más que contestar. "No, yo quiero conservar lo más posible, los que prentenden cargarselo todo son aquellos a los que no les importa hacer cualquier cosa, sin importar el daño que puedan ocasionar, con tal de ganar más y más dinero".

Sí, no yo, los que se lo pretenden cargar todo son aquellos que se nos presentan a diario como los adalides del desarrollo -siempre sostenible, por supuesto, que la prostitución de la semántica lo soporta todo-, como salvapatrias que nos venden la moto de que todo lo hacen por la creación de riqueza (que después se la quedan toda) y el mantenimiento del empleo.

Letras de arena (un poema de Maruja Vieira)

Háblame. Al fin y al cabo
mis sueños están hechos de palabras.
Tus palabras.
Las que nunca me has dicho y están vivas
con fuerza de memoria verdadera.
Vivas como en el fondo transparente
las estrellas marinas.
Como el recuerdo tuyo que me sigue
y voy llevándolo.
Sin que lo aparte un cielo distinto ni una ola,
ni siquiera la sombra de otro cuerpo.
Escucha.... El mar enreda
sus dedos verdes en los arrecifes.
Es como si tu voz estuviera buscándome
sin encontrarme y sin que yo la encuentre.
Desde lejos
viene a azotarme el rostro tu silencio.

Maruja Vieira

sábado, 17 de marzo de 2007

Granizo en los cerezos


Amanece y la primavera
Se desliza de soslayo, por las rendijas de mi ventana,
Brevemente anticipada:
Hay otra luz, otro aroma, otros trinos que no entiendo,
Inundando a buen seguro tu sonrisa.
Mientras, en los balcones, florecidos los geranios,
Una brisa, blanca y sin mordiente,
Deja su caricia calma
Sobre el óxido verde que en el invierno
Se adueñó del enrejado
Que me separa del mundo.

Amanece y la primavera
Una vez más se me escapa
Bajo el recuerdo marchito
Del granizo en aguacero
Que en la tormenta de octubre
Devorase las semillas
De los cerezos en flor.

(Se ha abismado en la maraña
La senda breve del huerto
Donde florece la lila
De los pétalos de ensueño).

viernes, 16 de marzo de 2007

El perezoso

Siempre he preferido que me toque un buen amigo, mejor que un premio en metálico. Así que hoy, aunque tal cosa no aparezca en la lista de premios, he metido a los cupones.

Lila y ceguera

Y hay veces…
En que me armo de torpe valor y te llamo y entonces
La frescura de tu voz
Sabe a fragancia de flores
(Lástima grande es que no
deba fe a mis sensaciones).

El aplomo y honestidad de Pilar Manjón



Dedicada a los candidatos de la guerra y quienes les jalean y apoyan...

Para los violentos, para los fascistas, para los cortos de ideas, para los largos de lengua, para los de bigote, para los de las guerras, para los de las torturas en Guantánamo, para los que no encontraron las armas de destrucción masiva, para los que no sabían ni que existían, para los que nos mintieron entonces, para los que nos mienten ahora.
Para los amigos del ex presidente del Gobierno, para los amigos del ex ministro del Interior, para los amigos de Bush, para los que si pierden unas elecciones se enfadan, para los que se enfadan aunque no pierdan las elecciones, para los que bendicen los bombardeos, para los que ladran cuando hablan, para los que hablan cuando rebuznan. Para los que se tambalean cuando no están en el poder, para los que necesitan estar en el poder para no tambalearse, para todos los que justifican todo con el terrorismo, para todos para los que ahora todo lo justifica el terrorismo, para los que me insultan, para los que me injurian, para los que me calumnian, para los que amenazan, para todos ellos, y en mi nombre, mi desprecio más despreciable.

Pilar Manjón
Presidenta de la Asociación de Víctimas del 11-M.

Grietas

Tengo grietas en las plantas de los pies y sangre en las manos y no cesa por un solo instante de dolerme a tierra y fuego el hormigueo estruendoso que cuchichea sin descanso en mi cabeza despeinada y sin ideas. No me abstengo de dar vueltas y vueltas y más vueltas a la necesidad imperiosa del abandono cobarde y victorioso, de una desaparición premeditada como condición imprescindible o, tal vez, inevitable para poder renacer a un nuevo mañana lejos, quién sabe, o quedarme definitivamente varado en una esquina de mármol sin alcorques ni flores con aroma de otoño y a plástico, con el olfato y la luz perdidos, sin ansias, con los labios desuñados, sin proyectos ni alboradas. Vagar reiteradamente por las calles de los más sórdidos suburbios sin prestar atención al tráfico ni al ritmo del sol ni las mareas, desapercibido en la bruma de las miradas ciegas de la densa muchedumbre sin voz ni amaneceres que consume con fruición noticias del corazón de cartón piedra como único bálsamo inconsistente para el desaliento, nadie entre los nadie, evanescencia de evanescencias, gota seca de rocío en la tormenta de arena que todo lo asola más allá de donde alcanzan las miradas, herida infecta y desahuciada en la llaga espantosa formulada sin palabras ni cuchillos y colmada de veneno. Reposar de mi cansancio en algún zaguán de consunción capitalista entre sucios cartones sin precio y el enojado desdén pasajero de alguna señora de postín que, desprevenida, no supo apartar a tiempo la mirada ni sus tacones de diseño del rastro pestilente que dejaron mis párpados sudorosos y mis genitales despreocupados y abatidos. Sobrevivir ni con lo puesto, saboreando el dulcísimo dolor de la nada, eremita pagano de eremitas sin caverna ni sol ni luna ni nubes ni cielo ni lluvia ni estrellas. Quemar al fuego de las últimas lágrimas esta identidad innecesaria que me pesa como el humo que desprenden las fogatas de bolsas de hipermercado y periódicos viejos cargados de malas noticias, manchas de mantequilla y aceite y algún que otro anuncio de desamor de saldo. Olvidar tanta poesía como bilis para poder vomitar tan sólo nauseas vacías y algunos que otros de los trocitos de cristales que llevo tragando durante tanto tiempo, demasiado tiempo, agujas de tiempo clavadas con saña desde un reloj sin tictac ni latidos presagiando oscuras campanadas. Cocinarme a fuego lento de frío, mi propio frío, en lugar de sufrir los embates del glaciar que me aplasta desde el cielo el esternón y los suspiros. Tengo plantas en las grietas de los pies –lilas de oxido de acero como alfileres gritando- y un cuchicheo de manos en la sangre hormigueando sobre el espanto de mi cabeza despeinada; mares de vómitos noctívagos desprendidos desde las verdes retinas apagadas.

jueves, 15 de marzo de 2007

Fumar perjudica gravemente su salud y la de los que están a su alrededor

Estoy asqueado de tanto tabaco. Cada día que pasa fumo más y más. Yo, que durante tantos años lo único que he fumado ha sido marihuana o hachís, con bastante moderación, por cierto, salvo que hubiese algo más o menos importante que celebrar. Hoy ya, será que no les encuentro motivo, apenas me apetecen los porros, y consumo con desbocada ansiedad cigarrillo tras cigarrillo tras cigarrillo. Hay cada vez, además, más y más ocasiones en las que los acabo por encender con las brasas moribundas de la colilla del anterior: es asqueroso. Me cuesta subir las escaleras de casa, me asfixio, y durante casi todo el día no dejan de dolerme el pecho y la garganta, y cada madrugada, al levantarme, no paro de toser durante un mal rato que parece ir a eternizarse mientras me asaltan a bocajarro unas nauseas repugnantes. A veces no puedo contener las arcadas y termino retorciéndome pavorido y exhausto sobre la taza del inodoro mientras vomito una bilis oscura y amarga con un profundo y pegajoso hedor a tabaco. En alguna ocasión, sin importarme demasiado, he llegado a pensar que me moría. Cuando pasan esos momentos, sin apenas fuerzas para sostenerme en pie, juro y perjuro que a partir de ese instante lo dejo. Pero más tarde, cuando amanece sin sol, no encuentro otra cosa que el humo del Chester para tratar de llenar el espantoso vacío que me ha dejado tu ausencia… y de reducir de algún modo el tiempo en el que ya para siempre habré de malvivir sin esperar tu regreso.

Las altas distancias (un poema de Rosella di Paolo)

Si yo escribo tu nombre en la arena
y tú escribes mi nombre en la arena
pero en otra playa
es que hemos descuidado las cosas
hemos dejado crecer el mar como hierba mala
y habrá que arrancarlo con cuidado
hasta allanar la arena de esa playa
donde puedas escribir mi nombre y rozar el dedo
que está escribiendo el tuyo despacito.

Rossella Di Paolo

(Este es uno de los poemas que he leído -y he leído muchos- que me ha parecido más hermoso, más emotivo, más sensible, más sabio, más positivo... Precioso. Una pena que de esta peruana no se encuentre nada en las librerías y casi nada en la red)

El final de la utopía

Otro mundo es posible. Pero no sin ti.

miércoles, 14 de marzo de 2007

A través de tu mirada (de un cuadro de Mar Sánchez)

A través de tu mirada (Mar Sánchez)


Tras el miedo con que oculto mis anhelos
Broquel de cortinas celestes,
Te veo desnuda,
Mirando al mar.

Y en la curva delicada de tu espalda
Surge un canto delicado de sirenas
Que imagino en mis delirios que me llama
Al embate dulciamargo de tus olas,

Y comienzo la ilusoria singladura
De tus ojos al confín de los océanos
Donde el viento está en calma
Y en las nubes
Se dibujan con los dedos del ocaso
Los sueños perdidos que, ciego,
Nunca dormiré a tu lado.

Breve vocabulario de urgencias

Tú:
Es todo el vocabulario
Que mi garganta rendida
Aún conserva en su afonía
Sin tiempo ni diccionarios.

martes, 13 de marzo de 2007

Haiku (podría ser)

Como una flor
colmas de primaveras
mi alma en tus labios.

Silencio (un poema de Octavio Paz)

Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

Octavio Paz

lunes, 12 de marzo de 2007

Babel

Hambre, sed, calentamiento global, guerra, enfermedad… unos renovados y cada vez más sofisticados jinetes del Apocalipsis que cabalgan por el Mundo a su antojo sin que nada parezca poder ponerles freno. Pero al frente de todos se ha erigido el quinto jinete, el más sanguinario, el más indomable, el más insufrible, el único capaz de adentrarse hasta los territorios más íntimos de la conciencia: el jinete de la carencia. Casi todos, de un modo u otro, hemos sido pisoteados por los cascos de acero de su caballo de dolor y sangre, casi todos llevamos marcadas cicatrices y heridas aún abiertas e infectas producidas por sus herraduras de ciénaga y estiércol, casi todos buscamos sin saber cómo ni dónde el bálsamo que nos libere de su galope desbocado que nos empuja hacia el abismo, y todos y cada uno de esos casi todos sufrimos el golpe más grande que nunca jamás haya perpetrado ese jinete impío y sin rostro con su pavorosa espada templada de sombras. Yo lo sé bien, yo he sido atravesado por el rayo oscuro que sin luz relampaguea desde sus fauces y te roba la voz y la mirada sin tiempo, yo he sido sepultado bajo el mármol negro que va sembrando a cada paso como cizaña de azufre y fuego, yo he caído al fondo de la mazmorra donde se confunden mis gemidos con el estruendo del relinchar espantoso del verdugo más inmisericorde nunca conocido, yo ya sólo soy carencia vagando sin rumbo en las manos sin materia de una cabalgadura fantasma. Este jinete oscuro, de seguir cabalgando sin el freno del ladrido agonizante de los perros, puede terminar logrando lo que nunca pudieron los otros cuatro juntos, puede acabar con lo humano, con lo verdaderamente humano, con la empatía, con la misericordia, que es lo único importante que poseemos. Yo cada día me siento más piedra que se pierde gota a gota en el tormento, que se vuelve tormenta de arena sobre sí misma, que se pudre en el deseo de rodar y confundirse en el abismo, que imagina complacida su caída destinada a ser añicos de polvo y ceniza insensibles, yermo, desierto, muerte. Un gesto, sólo un gesto, bastaría para quebrar ese galope desbocado y sanguinario. No un gran gesto, no la acción que colmase de luz el pozo oscuro de los deseos insatisfechos, sólo un pequeño gesto que abriese una rendija de luz desde el cielo, unas miguitas de pan duro mostrando el camino a la superficie aun a riesgo de ser devoradas por los buitres, un cándido abrazo inesperado, un te quiero en lo imposible, un café con leche o una mirada sin miedo. Pero, en tanto tiempo tras las máscaras, hemos desaprendido el lenguaje sin voz de los mimos, la semántica inconmensurable de lo menudo, el valor de un instante de apego… Y el quinto jinete cabalga, tornando en crueldad glaciar la sangre ardiente de las lilas.

Licantropía sin luna

No es tanto la ausencia, como no saber de ti, lo que alimenta el nocivo venero que fluye salado y seco desde mi mirada ciega sin aliento. Este agudo silencio que ignora que una vez llegamos a pensar que podríamos ser cómplices, sonrisas y lágrimas henchidas de empatía y ansias de ser bálsamo mutuamente, que te amé con un sublime sentimiento condenado a carencia perpetua, por encima de todas las cosas, por encima del tiempo y la distancia, por encima del dolor de lo imposible, sin esperar una comunión más allá de la mirada y las palabras, aunque a veces tocase tus manos, esas manos que una vez besé furtivo y rendido casi como despedida. ¡Es tan doloroso estar muerto!, no ser parte tan siquiera de un pensamiento evanescente evocador del pasado, sentirse un desecho agotado, inútil, despreciado y, al fin, arrojado a las cloacas del olvido. ¡Cuántas veces he querido imaginar que sólo nos separaba la distancia!, ¡qué alguno de los dos hubo de marchar lejos, más allá de donde alcanza el vuelo de la gaviotas, para estar separados de por vida por un océano insalvable! Pero que a pesar del mar yo seguiría formando parte de tu memoria, siendo el vestigio de alguno de esos instantes tan contados que nunca se dejan de echar en falta. Y que alguna carta tuya llegaría como transfusión de sangre aliviando la hemorragia que me consume la vida desde tu partida. ¡Hay tantas cosas que echo de menos, como estas ansias por poder ser de nuevo tu confidente y tu refugio en la tormenta, que me siento más que vacío! Pero ya, tras haber entrado a formar parte indisoluble del abismo, sobre todo me arrepiento de no haber hecho todo lo posible para en este amargo destierro poder echar de menos el escucharte respirar mientras duermes, ni eso me queda, ni eso tuve en algún momento. Y ya no tengo nada, sólo el recuerdo permanente de un fantasma vagando por las estancias en ruina de mi memoria de muerto. Te echo de menos. Y me echo en falta. Y te quiero. Y conservo tu cadáver en los sótanos de mi mente, para estar a tu lado sin estar, como licántropo autófago que, estando ya muerto, se muere sin la esperanza de que anochezca una luna llena.

Huelva (un poema de Antonio Orihuela)

Hay sitios
en las afueras de esta ciudad
que jamás verás en un folleto turístico.

Paisaje de escombro
donde hierve, estancada,
el agua de los colectores de las petroquímicas
y se deslíe hacia el mar
el rojo veneno de las montañas de fosfoyesos.

Tosen las chimeneas toneladas de gases tóxicos
y cae polvo gris sobre la piel del mundo
levantada, día tras día,
con más saña que el padrastro de un niño.

También estallan en esta hora
un millón de motores
que vuelven a casa,

signos de normalidad
que no impiden que las enfermedades pulmonares
arrasen con los viejos, dejen tocados a los recién nacidos
o empañen de hollín mis pulmones, mis gafas

y se pone el sol
no sin una incierta belleza
que hace aún más hiriente
toda esta ruina
que paga
periódicos, políticos, libros de poesía
y hasta la restauración de todos los santos y santuarios de esta ciudad
antes de llevarse por delante a los que acuden a las procesiones.

Espacios de desolación
en otra mayor desolación
por la que va cayendo lentamente la tarde.

Antonio Orihuela


Poema del libro “Piedra, corazón del mundo” (Ed. Germania, Valencia, 2001)

domingo, 11 de marzo de 2007

Los invisibles

Reproduzco este artículo aparecido en La insignia el pasado 10 de marzo.

Los invisibles
Luis Peraza Parga
La Insignia. México, marzo de 2007.

Los intocables, los desechables, los invisibles. Los intocables son la casta más ínfima de indios, a los que nadie ayuda; a pesar de estar abolida por la Constitución que rige la democracia más populosa del mundo, sigue más vigente que nunca. Los desechables es el término que se utiliza en Colombia para referirse a los pobres sin techo, cuyo barrio más emblemático de Bogotá fue arrasado pocos años atrás y donde ahora se ha asentado la potente clase media bogotana. Los invisibles son los que sobreviven día a día en medio de una miseria imposible, sin acceso a los servicios públicos de agua, electricidad, salud, educación y justicia; sin nadie que los proteja, sin conocer que existen instancias donde reclamar sus derechos, en definitiva, existiendo sin existir.

Muchos ni siquiera tienen identidad, no existe registro de su nacimiento ni documento que los acredite como ciudadanos. Son sin papeles en su propio país. Más de la mitad de los nacimientos en el mundo en desarrollo carecen de registro y otros muchos tardan más de un año en formalizarse. Sin acta de nacimiento no eres nadie, no tienes derecho a nada, eres invisible. Existen iniciativas regionales para que se alcance en los próximos años un registro de nacimientos obligatorio, universal, permanente, continuo y gratuito.

Incluso en países tan desarrollados como Noruega se producen casos de discriminación grave. Durante la segunda guerra mundial nacieron unos doce mil noruegos de padre alemán. Muchos fueron despojados de sus nombres originales y de su identidad, acosados y maltratados, y creen que la situación continúa porque todavía se valora negativamente su origen.

Ahora Javier Bardem, el actor español mejor pagado, ha producido una película en la que narra cinco historias de cinco conflictos que, como no salen en televisión, no existen. No son conflictos llamativos pero son sangrantes. Sangran todos los días, silenciosamente. Todos deberíamos ir a ver esa película, aunque sólo sea por solidaridad cinematográfica. Y ojalá que el cine se aproveche como instrumento de reivindicación de realidades mucho más cercanas de lo que, lamentablemente, queremos reconocer.

La insoportable levedad del no ser

Y a mí –decid- ¿qué me obliga a depender de este absurdo pulmón de acero que me hace respirar sin esperanzas atado a las horas muertas? ¿Por qué no arrancar de un tirón el drenaje que no deja que me ahogue con mis lágrimas? ¿Qué me exige soportar esta amarga tetraplejia de emociones? ¿Es que acaso no resultan suficientes estas pústulas del alma como causa justificativa de misericordia? ¡Por qué, por qué, por qué!, ¿qué ha de impedir que me abandone? ¿Es que podrá ser mayor el dolor de los que deje que la angustia de estas llagas de vacío? ¿Qué sentido tiene ya arrastrarme sobre el cieno de este gélido cadalso de pasiones destripadas? ¿Es que no he perdido para siempre el aroma de la voz y la palabra? ¿Es que no han quedado ciegas ya mis pupilas de silencio? ¿Puede haber algo acechando más oscuro que esta noche desgarrada sin tacto ni conciencia? ¿Es que no he vomitado ya suficiente estiércol, suficientes rendiciones, suficiente bilis negra? ¿Por qué seguir tragando el resquemor de tanto odio, de tanto miedo, de tanta sonrisa muerta, de tanta nausea repulsiva y putrefacta, de tanto pretérito inexistente, de tanto desamor propio, de tanta lluvia en la ventana? ¿Hasta cuándo podré resistirme a caer en la demencia, hasta cuándo? ¿Qué ha de ser de mí, eh, qué ha de ser de mí? ¿A qué tanta soledad, tanto masticar tierra, tanto grito quebrado en la garganta, tantos cristales rotos, tanto pavor atravesado en las ingles? ¡Basta, basta, basta! ¡Piedad, piedad, os lo ruego!, que ya no puedo más con tanto peso.

(No es tanto la ausencia, como el silencio clavado en mi vientre -con saña que desconoces-, lo que me abisma en el pozo sin luna de las impiedades).

sábado, 10 de marzo de 2007

Cicatrices

Para aliviar el dolor y el espanto de tanto tiempo malgastado a través del torrente irrefrenable de sus llagas abiertas, trató de construir una esperanza precaria que le permitiese seguir sobreviviendo sobre la aridez inmóvil de las ruinas de su aliento cansado y vacío, una transfusión de ilusión sucedánea y sin mordiente, sorbida desde las venas amargas de la quimera. Y comenzó a imaginar que tal vez pudiera seguir adelante si lograba que cicatrizasen sus heridas. No había previsto, no obstante, que, una vez cerradas, no le sería posible arrastrar el peso de tanta mala sangre como se le fue acumulando dentro.

viernes, 9 de marzo de 2007

Puertas

Hubo un dicho antiguo que decía –aún hoy se puede escuchar de vez en cuando- que “la letra con sangre entra”. Algo así como que no es mal método pedagógico el que utiliza como instrumento para sus fines el dolor y el sufrimiento, puesto que el dolor es algo que difícilmente se olvida. Un método, sin duda, brutal y arcaico que, aunque ya no se repita apenas tan desafortunado aforismo, continúa anclado como indeseable rémora en muchas mentes de espíritu perverso -habitualmente en las de aquellos que no tienen nada que enseñar, a no ser su afán desmedido de poder y dominancia-, así como en la alienante y falsa moral, y en el miedo a despejar la incertidumbre, que a menudo presiden nuestras vidas.

Pero no es mi intención teorizar sobre la idoneidad o la mayor o menor capacidad didáctica del dolor y el sufrimiento como métodos de enseñanza. Más bien trato de expulsar un poco del agudo y persistente cadalso que me ha llevado a mal aprender una de las últimas lecciones que me ha dado la vida, sólo la vida, no los tímpanos que a fuerza de gritar sin voz terminé por dejar sordos. Porque tengo ya los puños en carne viva, los nudillos en puro hueso sanguinolento y el corazón sin latidos de tanto golpear y golpear a una puerta cerrada. Y me desangro por las manos vacías. Porque una puerta cerrada a cal y canto es mucho peor que un muro, pues pensamos que tal vez pudieran escucharnos desde adentro, descorriendo finalmente los cerrojos. Y llamamos y llamamos y llamamos casi hasta la última gota de sangre.

Sí, humillado y perdido, cansado, sin esperanzas de tanto golpe ciego, dolorido, he terminado por aprender que no es nada bueno llamar hasta la saciedad a una puerta cerrada. Aunque puede que no lo haya aprendido a tiempo, puesto que siento que apenas me sostienen ya mis fuerzas sobre mis ruinas. Pero nunca se completan del todo las enseñanzas en la reválida sin examen de septiembre de la vida, siempre surgen nuevas dudas, y, aún hoy, no alcanzo a distinguir con nitidez cuando una puerta se ha cerrado para siempre o si, tras un tiempo a la necesaria defensiva, ha terminado por volver a estar tan sólo entornada. Tal vez bastaría con empujar un poco, pero no puedo saber si, en el caso de permanecer cerrada, con la próxima gota de sangre golpe a golpe se me escaparía también la vida. Y tengo miedo. Y se me pasa el tiempo vacío frente a la puerta que pienso cerrada, y el inmenso dolor que siento, en el corazón inmóvil, no logra enseñarme nada.

jueves, 8 de marzo de 2007

Ruido

A Ely

Esos chistes que enviaste por e-mail
Eran buenos;
Y aunque ya no me seduzcan las quimeras,
Lograste por un instante
Que creyera que aún existo,
Y eso sólo es suficiente
Para apreciar más que nunca
Tu generosa misiva,
Al tiempo que hace que sienta
No haber podido lograr
Responder a los deseos que expresaste
Regalándome el aliento de unas risas.
Pero, ¿sabes?
Ya hace bastante tiempo, puede que demasiado,
Que no echo para nada en falta
Las carcajadas,
Que mi amarga y más grande carencia
Es la sonrisa,
Así que hubiera sido preferible
Que enviases como antaño mariposas
O que me hubieses contado
Los buenos resultados que seguro
Obtuviste en los parciales de febrero,
O hacerme saber al menos
Como llevas estos días tu migraña.
Pero el hielo del invierno
Cubre de frío las alas
Del más poderoso insecto,
Y la dulzura del vuelo
De un baile de mariposas…
¡Es tan frágil!

miércoles, 7 de marzo de 2007

La niñita sordociega

La pequeña niña sordociega de las trencitas rubias y la lengua cortada en la orfandad eterna, ha dado un grito de espanto –su grito primero tanto tiempo contenido. Y ha sido tan colosal el estruendo en su lamento, que hasta dios nunca nacido ha sangrado por los tímpanos. Y un manto de estrellas y misericordia, como maná que cayese del cielo, la ha cobijado en la noche como los brazos infinitos de una madre. Sigue sin haber justicia, pero la niña se duerme con cierta luz en su boca.

Tú, ¡no me dejes!, celeste ausente.

En la mazmorra de arena, que se alzara en la playa de las algas celestes, hay, desafiante, un rumor desconocido como de canto de alas amputadas de sirenas ciegas sin lengua. Una ola, gigantesca y arcangélica, se anuncia con el ocaso, pero el mar se ha tragado las ansias purpúreas y hay una gaviota moribunda decapitando la línea evanescente del último horizonte. Vienen a puerto veleros invertidos, mostrando sus cascos carcomidos por la sal y el tiempo macilento, mientras la niebla se muerde los dedos cuando se apaga postrera la luz del faro azul que alumbrara el velamen sin pretérito. En la sangre que salpica de gemidos de espanto el oleaje y las mareas, brotan espinas de hielo al rojo vivo, enmarañando a la rosa de los vientos –rosa amarilla de excomunión sin camposanto. Suena una campana que percute inescrutable contra el cielo, al son de la arritmia que le marca la jauría que comanda el pez araña, y en sus tumbas se retuercen de dolor los que aún no han nacido. Hay un áspero sabor, ¡sí!, a deserción de lunas, y se muere en la sed del abismo el último de los ermitaños sin fe ni calendario. Una herencia inconsistente de incensarios apagados va cubriendo con su manto la última esperanza, y la resaca devora, con sus venas de espuma hambrienta, a la reina predilecta de las luciérnagas hechiceras sin nombre. Vuela un sin fin de mariposas muertas entretanto, tiñendo de un gris amargo el arco iris sin lluvia, y se oxida un tridente abandonado junto al altar de la virgen de hierro. Ola a ola, mar a mar, pez a pez, muerto a muerto, se dispersa el culto al ensueño, mientras arden de pavor y odio velas negras sin ciriales. Humo, sólo humo, con olor deprecativo a crematorio.

Circunferencia

No!

no vendrás.
Y será mi único anhelo
Despuntar a un nuevo sol
para volver otra vez
a esperarte.

(Y el tiempo
volando ciego).

martes, 6 de marzo de 2007

Sed

En la aridez del silencio,
como un oasis amargo,
permanece tu recuerdo.

lunes, 5 de marzo de 2007

Esquinas

Sigo buscando el olvido por las esquinas del tiempo,
Una prueba que concluya que no anduve los momentos
Del pasado de quimeras que me abisma sin mañana,
Ser capaz de abandonar con la amnesia de una sombra
Los océanos de sal que han crecido en mi mirada,
Reconocerme rendido como tributo postrero
Al aroma de la lila que se marchitó en el miedo.

(Vierte el corazón vacío
Sangre irredenta vencida
Sobre el herbaje baldío).

¿Cómo haré para arrancar
las páginas que borraste?

domingo, 4 de marzo de 2007

Domingo triste

Hoy es un día triste, un domingo triste, debería estar prohibido que cualquier hecho capaz de producirnos tristeza se produjese en domingo. Los domingos deberían ser siempre nuestros y ser fielmente sumisos a nuestras ilusiones y deseos. Pero no es así. La tristeza no pide hora. Ayer alguien se marchó para siempre. Dicen que fue una gran persona y debe ser cierto: la mirada limpia y las ganas de vivir y ayudar a vivir de sus seres queridos parece empeñarse en demostrárnoslo. Era para mí una total desconocida; hasta esta misma mañana, cuando ya no estaba entre los suyos, yo nunca había tenido antes conciencia de su existencia. Nunca me han gustado las despedidas, y menos cuando no son un hasta algún día. Los funerales son unos de los acontecimientos sociales para mí más detestables, me inundan durante demasiado tiempo de desesperanza y de tristeza. Durante mucho tiempo he tratado de evitarlos. Hoy ya no, no hace mucho y en muy poco también se me marcharon, de uno u otro modo, algunos de mis seres más queridos, y estoy aprendiendo a enfrentarme a ello. Así que hoy, aunque no creo que nadie hubiera notado mi ausencia, he ido a despedir a Concepción, he abrazado mi dolor al dolor de Manolo, al de Marcos, al del que fue su compañero en la vida… ¡que profunda tristeza en su mirada!, a pesar de la aparente entereza. No, nadie hubiera notado mi ausencia, pero, en cambio, sí hubieron quienes agradecieron mi presencia, al mirarme con ojos tristes y ver en los míos reflejada su tristeza; tristeza que era también mi tristeza. Hoy es un día triste, un domingo triste. Mañana deberá continuar la vida. Y ya también por Concepción, para que algo de ella permanezca, habremos de seguir luchando. Aunque algunos ya no puedan evitar llevar para siempre sobre sus espaldas el dolor ocasionado por su pérdida. Buen viaje, Concepción. Ojalá un más allá de algún modo te espere.

Eclipse

Hoy Diana, asombrada, se perdió en la oscuridad de un firmamento, salpicado por la débil luminaria de un mar muerto de estrellas, que marchitan su sangre en la bruma sin nombre de las luces de la ciudad anaranjada. Ciudad de cuarzo y ausencia. Y el desamor de la Tierra, áspera alfombra de celos en las sombras y cenizas apagadas de una lila, se interpuso con su frío, en la senda furtiva de luz con que el Sol acaricia a la Luna.

sábado, 3 de marzo de 2007

Marina

Vierte su sangre el ocaso,
tatuando el oleaje de encarnados.

Imagíname

Imagina un firmamento yerto
Sin la vida de la luz de las estrellas,
Imagina al prisionero en la zozobra
Sin un faro en las alturas que lo guíe con su estela,
Imagina los océanos helados
Sin marea ni oleaje saludando a las arenas,
Imagina que se te amanece oscuro
Tiñendo de un irreverente eclipse a la mañana,
Imagina unos labios amputados
Y su aliento perdiéndose en la nada
Imagina un bajel sin remeros
Arrancándose la vela de los sueños,
Imagina las nauseas de un chiquillo
Vomitando su vida de hambre y vacío,
Imagina una flor, un rosal, sin rocío
Bebiendo en las espinas de la bruma,
Imagina un galope desbocado
Hecho ansias por llegar hasta el abismo,
Imagina un cauce seco, el trino mudo, una tumba en carne viva…

Imagina, sí, pero no por mucho tiempo
Pues la angustia te helaría las entrañas.

viernes, 2 de marzo de 2007

You're beautiful

Este gran desamor
Como cielo,
Verde mar,
Negro eterno en el azul
Y único abismo sin precedentes.

Gran desamor,
Oh,
Tan triste,
Tan como muerte de un niño,
Dulce,
Que pierde su aliento
Creyendo en el alba
Tan sólo.

Este gran imprescindible
Me hace sentir
Que en mi invierno sin luna
Aún hay estrellas.

Tan solo.

Creyendo en el alba.

Cuento de horror

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

Juan José Arreola

Breve declaración de apostasía

Siempre estuvo en la amistad
mi única fe verdadera.

Haiku

¡Lila a destiempo!:
Despojas mi jardín
De primaveras.

jueves, 1 de marzo de 2007

Las cuatro reglas

En mis años de colegio
Una y una, dos, dos por dos, cuatro
No me enseñaron que el mundo
Era una tabla del cero
Una y una, dos, dos por dos, cuatro
Donde para que unos sumen
Otros deben ser restados
Una y una, dos, dos por dos, cuatro
Con el pasar de los años
Poco a poco comprendí
Una y una, dos, dos por dos, cuatro
Los grandes efectos multiplicadores
Que pueden para algunos operar las divisiones
Uno menos uno, mil, dos entre dos, millones
Y por conservar las esperanzas
Arrojé las quimeras matemáticas
Uno menos uno, mil, dos entre dos, millones
Al sucísimo fondo del inodoro
Donde engordan come-mierdas
Uno menos uno, mil, dos entre dos, millones
Que hacen la regla a su antojo
Una y una, dos, dos por dos, cuatro
Uno menos uno, mil, dos entre dos, millones…

Aunque viviese mil años

Hace un par de días cuando me acerqué a verte, como siempre desde hace tanto teniendo que componer una excusa más que evidente para no romperme del todo con el esfuerzo, lo hice porque no quería alejarme definitivamente sin despedirme, aunque fuese sin llegar a decirte adiós abiertamente. Pienso que hubiera sido muy duro para ambos hacerlo así y ya hay demasiadas salpicaduras de sangre en los muros inmediatos de la distancia. Pero de nuevo me hiciste dudar. Estuve poco tiempo contigo, pero mucho más del que yo había imaginado. Me detuviste por unos instantes inesperados, metiéndome un poquito, sólo un poquito, de nuevo en tu vida -siempre desde que comencé a conocerte mi mayor deseo-, contándome algunos de tus proyectos más cercanos, casi compartiéndolos conmigo sin haber tenido porqué hacerlo. Algo así, no hace tanto, me hubiera obligado a seguir intentándolo, a continuar nadando a contracorriente sin fuerzas en pos de una parte al menos de mis ilusiones de iluso impenitente a tu lado. Pero ¡tantas veces ha sucedido ya lo mismo!, que el peso pegajoso de la ciénaga de la incertidumbre ha terminado por atrapar el vuelo de las alas cansadas de la esperanza, desvaneciendo mis sueños en el vacío sin aire de esta vigilia permanente por tu ausencia. Hace un par de días, cuando me acerque a verte, me hubiese gustado llevarte un flor, pero temí que se marchitasen tus manos. Hace un par de días, cuando me acerque a verte –sabes que siempre me ha gustado regalarte aquello que pensaba que te podía ayudar a ser un poquito más feliz durante un pequeño instante- sólo fue para regalarte mi adiós, aunque no llegase a expresártelo claramente y lo hiciese en el firme convencimiento de que no dispondré de la vida suficiente para alcanzar a dejar de arrepentirme. Aunque viviese mil años.