miércoles, 21 de marzo de 2007

El árbol del bien y del mal

"¿Tu verdad?, no, la verdad, y vente conmigo a buscarla. La tuya guárdatela".
Antonio Machado.

Hubo hace ya un tiempo tan lejano que se pierde en la ciénaga en la que se confunden en un solo ser la Historia y la Leyenda, según se dice, allá por las tierras de Mesopotamia, una tribu que habitaba el más rico vergel nunca conocido. Eran los Manis. Los Manis adoraban a las dos entidades que se fundían en el que para ellos era el único dios verdadero: el árbol del bien y del mal. De un tamaño colosal y una feracidad como al parecer jamás ha alcanzado ningún otro, del árbol del bien y del mal brotaban continua y simultáneamente dos tipos de frutos: el ormuz y el ahrimán. El primero era tan blanco como la nieve de las más altas cumbres nunca holladas por el pie de ningún hombre, en tanto que el segundo era tan negro como la más oscura noche sin luna ni estrellas.

Con el paso del tiempo, y las luchas de poder intestinas, los Manis terminaron por diferenciarse en dos facciones religiosas y políticas enfrentadas, que tomaron sus nombres de cada una de aquellas entidades, ahora ya separadas en dos realidades distintas y sin conexión alguna, a las que respectivamente terminaron por adoptar como símbolos diferenciadores, y por consagrar su obediencia, culto y pleitesía: los unos, al ormuz, y los otros, al ahrimán. Cuando el poder era ostentado por la facción de los Ormuzes, tan sólo se permitía comer los frutos blancos del árbol del bien y del mal, en tanto que cuando lo alcanzaban los Ahrimanes, aquéllos pasaban a estar prohibidos y no se podía consumir más alimento que sus frutos negros. El resto de los frutos, diverso y multicolor, que generosamente ofrecían los territorios habitados por los Manis, pasó a estar vedado en todo momento.

Tras pocas generaciones los Manis comenzaron a ser presa de enfermedades hasta entonces desconocidas, y a estar aquejados por una debilidad abrumadora y creciente. Pronto algunos hombres sabios, agrupados en una sociedad secreta auto-denominada de “Los Dioclecianos”, comenzaron a tratar de extender la teoría de que la causa de todos los males de la tribu no era otra que el hecho de que todos y cada uno de sus miembros hubiesen terminado alimentándose tan sólo de los frutos del árbol del bien y del mal. Era tal la represión que se fue urdiendo contra aquel peligroso germen de sedición, que cualquier sospechoso de profesar semejante herejía era arrojado de inmediato al Éufrates con una enorme roca atada al cuello. Éste era el único punto de consenso existente entre los líderes de ambas facciones.

Y cuanto más patente y aguda se hacía la debilidad enfermiza que aquejaba a los Manis, más se iba ensimismando el conjunto de la tribu en torno al árbol del bien y del mal. Hasta que al fin, cuando apenas ya les quedaban fuerzas para erguirse lo suficiente como para alcanzar sus frutos, y como producto más de la desesperación que de la reflexión, terminaron por aceptar que aquellos que habían estado siendo perseguidos y sacrificados en injusta ordalía durante generaciones y generaciones por herejes, podrían haber estado en lo cierto.

Fue sólo entonces cuando, con avidez y desesperación, los Manis se volvieron de nuevo hacia el vergel. Pero sólo quedaba desierto. En no más de una década desaparecieron de la faz de la tierra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Tu verdad?, no, la verdad, y vente conmigo a buscarla. La tuya guárdatela".
Antonio Machado.

No hace mucho -en junio del año pasado- me escupieron a la cara esta frase, en el blog. Como puede verse, frases bonitas en origen pueden ser utilizadas como piedras por según qué gente.

La historia es preciosa y pedagógica ¿o se dice educativa?
Buen día PAQUITA

Anónimo dijo...

Paquita, la palabra, no es que pueda ser utilizada como piedras... sino que es un arma

Mar

Anónimo dijo...

...cargada de futuro, cuando se usa para tender puentes en lugar de para alzar murallas.

Besos