jueves, 20 de marzo de 2008

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Permitir a las manos de la noche

Una caricia blanca;

Abrazar con la urgencia del que espera

La bajamar de un sueño;

Fundir a mi voz la arena y la espuma…


Y dormir.


Fotografía: Dime ho.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Un dulce sueño, sin duda...
Sería el sosiego absoluto, saberse con esa mitad de la que carecemos al nacer.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Celebro que lo hayas vivido, por eso lo describes tan bien.
Un saludo y espero que puedas visitarme.

Anónimo dijo...

No sé por qué cuando leo tus poemas me sale la filóloga petarda que llevo dentro, será porque me encantan...
¡Qué antítesis! ¿Cómo puede la noche crar una caricia blanca? ¿Cuál es la urgencia del que espera?
La des-espera-ción, ¿verdad?

Anónimo dijo...

Sandra, más que dulce, agridulce sueño, como lo son todos los que no creemos posibles. O, creyéndolos posibles y deseándolos de uno u otro modo, nos dan miedo. Un beso.

Lanobil, tan sólo lo he vivido en mis pesadillas, esas, que son las peores, en las que un bello sueño se rompe antes de que concluya con nuestros deseos. Un abrazo.

Marta, gracias por esa "petardez" filológica tan sensible. Eso mismo me pregunto yo, ¿cómo?; y, sí, la urgencia del que espera es un sentimiento des-espera-nte. Abrazos.

Anónimo dijo...

y soñar, y soñar, y soñar..., con esa caricia sin pretensiones de eternidad pero cargada de intenciones.

Kaiman.