lunes, 18 de agosto de 2008

Las hienas


Al ser capturado, aun sabiendo que no le tendrían piedad, no tuvo miedo. Tras largos años de preparación, estaba convencido de que le sobrarían fuerzas y valentía para soportar cualquier tipo de tormento. Tampoco se sintió nunca intimidado ante la posible inminencia de la muerte.

Cuando su torturador penetró en las lóbregas penumbras de la mazmorra, de inmediato vislumbró en él la excepcional fortaleza de espíritu que lo acompañaba. Aun así, sonrió, en la seguridad de que no le llevaría mucho tiempo alcanzar sus propósitos; su larga experiencia le había enseñado que, más que el dolor, eran la brutalidad y lo inesperado de la pérdida, los elementos más eficaces para hacer claudicar hasta al más inquebrantable de los ánimos.

De súbito, la oscuridad se hizo en su mente.

Al recuperar la consciencia, se hallaba apaciblemente tumbado sobre la fresca hierba de un prado luminoso y solitario. Ebrio de cloroformo, y sin saber explicarse ni el cómo ni el porqué había llegado hasta aquel imprevisto lugar, se irguió y trató de echarse a volar a fin de alejarse lo antes posible y a toda prisa. Fue entonces cuando comprendió, lleno de espanto, que le habían amputado las alas. A lo lejos, aullaban las hienas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que cuento tan grotesco (siento debilidad por ellos).

Hoy amigo mio, te toca postear al menos... dejame ver, unos 6 te parece? porque tengo por delante solo noticias de huracan y tormenta y mi ventana esta llena de agua... asi que nada, a postear que hoy voy vestida de lentes y paragua :)

Besos.

De verdad, tu texto es genial dentro de la tristeza que supone.

Anónimo dijo...

El otro día me las ofreciste, ahora de dónde coño me cuelgo yo...
Tremendo, eres tremendo...
Beso

Anónimo dijo...

después de leer tu cuento,te dejo un detalle en mi blog.

un abrazo.