lunes, 26 de enero de 2009

De la internacional proletaria a la globalización




No sé si será muy osado o una perogrullada o puede que hasta una insensatez decir que uno de los pilares básicos sobre los que debería haberse apoyado el socialismo, para su nacimiento y posterior crecimiento hasta alcanzar la madurez en la práctica –algo que, en mi opinión, nunca ha llegado a suceder-, no es otro que la internacionalización del proletariado. La abolición de las fronteras, tanto horizontales –territoriales- como verticales –las creadas entre las diferentes “castas” en las que se divide la pirámide económico-social- con el objetivo básico de la igualdad, que impiden que los derechos sociales (no sólo laborales) sean disfrutados por todos por igual en cualquier lugar del mundo. La socialización y reparto equitativo de todas las plusvalías generadas en los procesos productivos, entre todos los seres humanos.

Siempre, antes o después, se fracasó en el intento, creando una marea “social” creciente contraria a las ideas marxistas, que ha derivado finalmente casi en el abandono total y definitivo de la ideología socialista hasta en los sectores hoy más de vanguardia –si es que es lícito y posible aplicar esta denominación a éstos- del espectro sociopolítico a nivel mundial. Pero esto no quiere decir que esa simiente sin germinar de la internacionalización no haya dado sus frutos. Frutos amargos y en huerto ajeno, pero frutos al fin.

Lo que no consiguieron los líderes socialistas –muchos de ellos degradados en dictadores, lo cual ha facilitado que se etiquete del mismo modo a otros que puede que nunca lo hayan sido, o aniquilados intelectual e incluso físicamente por el peligro que suponían para importantes, que no elevados, intereses económicos-… decía, que lo que no consiguieron esos líderes imbuidos de la teoría marxista, lo han logrado –amparándose en la nocturnidad y alevosía que les confiere el lado oscuro- las fuerzas económicas del capital, dicho sea de paso, con la inestimable cooperación de un poder militar cuya única misión, sin lugar a dudas, es de carácter siempre humanitario.

No deja de resultar paradójico que haya sido imposible dar carácter de internacionalidad –utilizando el término en un contexto marxista- a los intereses sociales y de los trabajadores, de hecho con un carácter colectivo o global, y que esa internacionalización la haya logrado poner en práctica el capital en el contexto de una “guerra” de todos contra todos en el terreno de juego de la economía, en el que cada cual trata de imponer sus intereses por encima de los del resto con el fin último de eliminar y hasta aniquilar a la competencia. Sí, una guerra, pero en la que sus contendientes se han puesto de acuerdo en un aspecto básico: todos ellos pueden jugar en cualquier parte del estadio. Bueno, todos no, las economías del tercer mundo juegan con tanta desventaja que llegan a pasar desapercibidas durante todo el partido. Aunque, en realidad, éstos, a los que no se les llega ni a “otorgar” la categoría de recogepelotas, no cuentan en la práctica si no es para patearles el culo en el caso de tardar mucho en devolver el balón desde la banda.

Pero las diferentes bandadas de buitres rivales del capital no sólo han logrado aunar su “filosofía” en cuanto a su área de campeo, sino que también han llegado a acuerdos tácitos –amén de no dejar participar del banquete a las palomas y, también, pequeñas rapaces del tercer mundo- en cuanto a la necesidad de dividir a sus presas para que a éstas les sea imposible defenderse con la fuerza que confiere el cobijo de la manada –utilizado el término, no con ánimo peyorativo, sino tratando de poner en valor el hecho de las realidades e ideas colectivas-.

Es la globalización –eufemismo tras el que se oculta el colonialismo- que a pesar de estar bastante más sofisticada en sus métodos y acciones, sigue compartiendo ese carácter colonial de siglos pasados en cuanto a la estrategia que persigue: la acumulación en muy pocas manos de los recursos de la periferia, tanto social como territorial, a base de esquilmarla y de crear cada vez mayores diferencias. Es un hilo que se tensa y se tensa cada vez con más fuerza. Hasta que se rompa y arrastre con su latigazo a los que tiran de su punta –que ya han ideado los mecanismos de defensa con los que protegerse ante esa eventualidad- y a un buen número de convidados de piedra. Aunque los buitres son también expertos en recoser las partes de ese hilo que se van debilitando.

Y la internacional de los trabajadores se ha ido haciendo cada vez menos utopía y más quimera en función de la estrategia capitalista del divide y vencerás: una infinidad de “categorías” laborales con intereses, por mor de espurios, contrapuestos, a las que se viene sumando ya hace tiempo la legión de desposeídos, producto de ese mismo colonialismo que, ahora, bajo el manto sacro de la globalización, está operando una nueva vuelta de tuerca contra los derechos sociales, de los trabajadores y, en definitiva, de los seres humanos. Y, por supuesto también, contra los de la naturaleza y el conjunto de los seres vivos.

Sí, como bien dice María Gómez en su artículo “Manos de fresa”, nos hemos convertido en simples herramientas, fabricadas en el contexto de la (in)cultura del usar y tirar, al servicio de la internacional capitalista. Todos herramientas, aunque unas llevemos el marchamo de calidad de Leroy Merlín (caucásicos occidentales y asimilados sin que, en este caso, importe el color de la piel y sí el grosor de la cartera), y otras (chinos, negros, subsaharianos, polacas –no es machismo, es la triste realidad- y, entre otros, rumanas) el estigma de las tiendas de todo a un euro.

Enero de 2007

2 comentarios:

Caminante dijo...

Y vamos a más. El artículo tiene dos años y no ha envejecido naíta.
Besos con abrazo. PAQUITA

Anónimo dijo...

Cuando vistes tus letras
de color rojo...también eres un "Prole-poetaso"

Abrazos