lunes, 21 de diciembre de 2009

La lila calcinada


Qué hago aquí en este mundo, qué es lo que estoy buscando
Detrás de las paredes de esta niebla
Voraz y transparente
Que quiebra entre sus fauces toda duda,
Postrando al tiempo, herido de entelequias,
Al pie de lo absoluto.

Qué inquiero en las alturas con las manos
Crispadas con la sed de esas raíces
Que saben que su tronco fue talado,
Si el cielo está colmado de cadáveres.

Ya nada importa, es todo lo que sé.
Pero, a veces,
La vida
Exige que cumplamos, aun apóstatas,
Con ciertos compromisos que, en la ciénaga,
Nos hacen arrastrarnos blasfemando,
Tratando de orillar de esta manera
Sin éxito la odiada certidumbre
De un ciego firmamento que ha suscrito
Por siempre y desde siempre su epitafio
–Cauterio insuficiente en el dolor
De haber de continuar sobreviviendo.

Alguna vez la flor se sueña estrella
Que no sabe que su alma ardió en cenizas
Ni que un regusto estéril a desierto
Construye su guarida entre sus pétalos;
E ignora de este modo el implacable
Transcurso sin retorno de las horas,
Fingiéndose en su brillo y sus fragancias
Juncal e inmarcesible primavera.

¡Bendita la inocencia de lo exangüe
Que aún puede en su panteón juzgarse eterno!

Mas yo ya sé del hueco y la penumbra
Triunfantes sobre el viento y las estrellas
Y sigo en esta mar, diablo arrastrado,
Sin rumbo, firmamento y sin estela.

1 comentario:

Caminante dijo...

No se fue realmente la lila... quizá sólo estuvo dormida,
agazapada, esperando un momento de debilidad...