domingo, 31 de enero de 2010

Venganzas


NI UNO SOLO de ellos dio crédito a los desesperados alaridos de aquel zagal recién llegado al majadal. Al cabo, todos eran más que veteranos en el oficio y sabían bien que hacía ya décadas que la alimaña había sido erradicada de aquellos pagos.

-¡Que viene el lobo, que viene el lobo! –se desgañitaba sin descanso.

De modo que incredulidad e indiferencia dieron paso a la burla. Y poco después, cuando su rostro fue alcanzado por la luz de la luna llena, a impotencia y espanto.

Preces


Estos rescoldos ¡dios! sangre y cenizas

Avívalos con un simún ardiente
O apágalos por siempre en la cellisca

sábado, 30 de enero de 2010

Impotencia


Sólo en mis letras.
Nunca
La azada mano a mano
Ni el germen de un espasmo
Alzando entre el estiércol
La savia de otros vástagos,
El verbo hecho promesa.

Siempre
Solo en mis letras.

viernes, 29 de enero de 2010

Llamada perdida (II)


Que fue por error, me dices,
Esa llamada perdida
Que quise pensar llegaba
Para enfrentarse al silencio.

Que fue por error, qué espanto,
Tras tanto esperar un eco,
Que fuese un baile de números,
Augurio de un cruel estrépito.

Que fue por error, qué Tártaro;
Si sucediese de nuevo
Una mentira clemente
Otórgame, te lo ruego:

Recomiéndame algún libro,
Di que me echabas de menos
O que intentas recobrar
La plática de otros tiempos.

O que llamas solamente,
Aun queriéndome en lo eterno,
Para decirme hasta siempre,
Que te me vas sin regreso.

jueves, 28 de enero de 2010

Lago


Al fin la fuerza, al fin
Consigo unir pedazos
Quebrados de un destiempo
Que no hubo calendarios.

Fue gravoso.
No es fácil
Ejercitar los músculos
De un alma rota,
Lleva
Un tiempo innumerable
Recomponer sus huesos
–Cristal molido, añicos
De un lustro de mazazos-,
Tapar las cicatrices
Que, ocultas, permanecen
Sangrando en la sonrisa
Que esgrimen los que ultiman
Su puzzle de entelequias.

No obstante, a veces,
Llega.

Igual que ahora.

Lástima
Que este vigor recién
Cobrado,
Sólo sirva,

Como otras tantas,
Como
Cuando era débil, para
Fingir que
No me importa.

miércoles, 27 de enero de 2010

Haití


TRAS LA CATÁSTROFE: la "reconstrucción". Y, con ella, los negociantes de ruinas, los mercaderes de miseria, los usureros, las carroñeras. Y es que a la casa del pobre -de los empobrecidos- la desgracia no suele llegar sola.

martes, 26 de enero de 2010

Rehabilitación


Me cuentas que tu médico
Te ha prescrito sosiego,
Que procures quererte
Y un poco de ejercicio
A modo de terapia

Para tus cervicales;
Y que este 2010,
Siguiendo esos consejos,
Pretendes que al fin sea
El año de tu vida.
Y yo que me sospecho
Parásito nocivo
Que merma tu amor propio
Y atropella tu calma,
Sin cauterio al quebranto
Que tu falta me infringe,
Nos prescribo distancia.
Y en la vasta inquietud
De acatar la renuncia
Que a mis ansias impongo,
Pudriéndome en mi féretro,
Me intuyo abominable,
Hasta que una vez más
Me llamas o me escribes
Un mensaje electrónico,
Despertando de nuevo
La execrable renuncia,
Obligada y demente,
Del parásito hambriento
Que devora mi calma.

lunes, 25 de enero de 2010

Corredor



Sobre un cimiento frágil
Fraguado de silencios
Alzar en tenguerengue
Palabra tras palabra
Enclenques y livianos
Castillos en el aire
Castillos que en su asfixia
Más tarde al desplomarse

Cargados de cinabrio
Son plúmbeos y espectrales

domingo, 24 de enero de 2010

Con los pies en la tierra


Callaban ciertas cosas.
Temían compartir las confesiones
Que por siempre estuvieron esperando,
Tejer en derredor de los muñones
Los muros de una cárcel amarilla,
Cordón umbilical abierto al vuelo.

sábado, 23 de enero de 2010

Sudoku


Tejida en la tiniebla
Locuaz como un destello
Palpita la respuesta
La sola
La invisible
Respuesta intrascendente

Civilización


En la noche,
Tras ese instante leve
De estrellas secas alumbrando el sueño,
La sal se pega, adusta, a la retina,
Fundida al vaho que opaca los cristales.

Se apagan los latidos de la calle
Y, en la altura, el abismo, inmenso y frío,
Se tiñe de un naranja espeso y falso,
En tanto ni los perros ya se arriesgan
A hostigar los bozales del silencio.

El alma se sospecha abandonada;

Cansada de fingir su vasta duda,
Profiere la pregunta más temida,
En medio de una angosta mar sin ecos:

¿Esto era todo, el gran milagro, el verbo?

Las ruinas de Babel, cual soga, aguardan,
Armadas de una elipsis desmedida,
A asir entre sus garras la garganta
De un cántico que apenas fue un ensueño.

jueves, 21 de enero de 2010

El mutilado (un poema de Gabriel Ferrater)


Ya sé que no le amas.
A nadie se lo digas.
Los tres, si nos ayudas,
guardamos el secreto.
Nadie más ha de ver
lo que tú y yo hemos visto.
De la gente y las cosas
que nos dieron su amistad,
el se esconderá
.
No volverá al café
que está para esperarte.
Vendrán meses con erre:
estará lejos de las mesas

de marmol donde os servían
las ostras y vino blanco.

En los días de lluvia,
no mirará el asfalto
donde os habíais visto
cuando a falta de taxis
teníais que ir a pie.
No abrirá más los libros
que le hablaron de ti:
ignorará qué dicen
cuando no hablan de ti.
Y sobre todo, puedes
estar segura, ni tú ni yo
sabremos dónde está.
Se irá confinando
por tierras muy remotas.
Caminará por bosques
oscuros. No le sorprenderá
la azagaya de luz
de nuestra memoria.
Y cuando esté tan lejos
que lo creamos muerto
podremos recordarle, decir
que no le amabas.
Ya no nos dolerá
saber que tú le faltas.
Será como un espectro
sin vida ni penar.
Como la foto macabra
de una Gueule Cassée
que adorna un escaparate
y no nos impresiona.
Pero ahora no digamos nada:
no alarmemos a nadie
mostrando la herida
sangrante y purulenta.
Démosle tiempo y olvido.
Callemos, hasta que nadie,
ni yo mismo, lo pueda
confundir aún conmigo.

Traducción de M.ª Àngels Cabré

miércoles, 20 de enero de 2010

La hoguera


Penado en la ordalía
Dolosa del destiempo,
No sé cual fue mi ofensa;
Mas busco absolución en tu oratorio
Igual que un moribundo en la agonía
Que, helada y crepitando por sus piernas,
Asciende desde el filo de la hoguera,
Rebusca en una fe que nunca tuvo
Indicios de otro aliento tras la muerte.
Y no puedo evitar que una honda asfixia
Me anegue, desolado, en la sospecha:
Espanto a que tal vez tú hayas juzgado
Que nunca fue mi afecto una herejía.

Imagen gentileza de Monica Y. (gracias)

martes, 19 de enero de 2010

Historias de Jebuntrea


JEBUNTREA es un pequeño pueblo cercano a un caudaloso y transitado río, ya en las proximidades de su desembocadura. En sus alrededores una rica campiña da paso a un inmenso paisaje marismeño que, por su topografía plana sin confines visibles, nos recuerda algún rico imperio real o ficticio en el que nunca se pusiese el sol. Más aún, cuando se contempla uno de los atardeceres que acarician esta marisma única, con su diversidad infinita de matices rojizos y dorados y la brisa marina peinando los trigales ganados a pulso al salitre, se podría decir que Jebuntrea es el mismo Imperio del Sol.

Hace ya muchos años en Jebuntrea vivió Aureliano. Aureliano a sus dieciséis años, cuando aún era y tenía apariencia de niño, se había enamorado locamente de “la Petra” que, a pesar de contar con dos años menos que él, era ya una mujer de las que llamaban “de bandera”, con unos ojos verdes cuyo brillo apenas era igualado por el de aquel sol que, desde su pedestal de cielo, gobernaba la marisma.

Una tarde Aureliano por fin convenció a “la Petra” y juntos se encaminaron al viejo molino de viento donde se dispusieron a entregarse mutuamente su amor de niños que jugaban a ser adultos.

A pesar de su apresuramiento, cuando aún sus corazones no les golpeaban con suficiente fuerza el pecho ni habían terminado de despojarse de las vestiduras que aprisionaban sus deseos, una voz ruda y enérgica los sobresaltó.

- ¡Alto! ¿Quién vive?

La impresión les descompuso el rostro y faltó poco para que les hiciese vomitar hasta la última de sus vísceras.

- ¡Coño, la puta guardia civil “na” más que sirve “pa esbaratá níos”! -farfulló ostensiblemente contrariado Aureliano.

Pero su enojo y sorpresa se transformaron súbitamente en un pavor incontenible.

- ¡Papá!

- ¡Petra, cago en la madre que me parió! ¿Qué haces con ese “desgraciao”? ¡A este cabrón lo capo y a ti te mando a un convento! -dijo el cabo mientras montaba su arma.

Aureliano y Petra comenzaron a correr despavoridos, cada uno por su lado, mientras dos disparos rompían por un instante la calma de aquel atardecer único. Pero Aureliano no quería renunciar tan fácilmente a gozar de los favores de su amada y, como un poseso, comenzó una y otra vez a recorrer a toda prisa aquellos viñedos generosos, y a todo a aquel que se encontraba mimando las vides como sólo en Jebuntrea se sabe hacer, le preguntaba con enorme desasosiego:

- ¡Paisano!, ¿no habrás visto pasar por aquí corriendo a una guapa moza a “medio coger”?

A la mañana siguiente, tras toda aquella noche de búsqueda frustrante e infructuosa, Don Nicanor, tío de Aureliano y persona influyente por su condición de párroco de Jebuntrea, fue al encuentro de su sobrino y, visiblemente alterado y molesto, le espetó sin tan siquiera tratar de ocultar su malévola complacencia:

- Hijo mío, ¡o te vas ahora mismo del pueblo o tienes tus horas contadas! ¡No te da vergüenza ir por ahí “cogiéndote” a la hija del cabo! Con la de hijas de campesinos que hay por ahí “pa” una buena agarrada. ¡Venga, sal pitando! ¡Ni equipaje ni “na”!, que el cabo viene “p’acá” dispuesto a pegarte un tiro.

Eran tiempos donde la justicia, o mejor dicho la injusticia, la dictaban cuatro desaprensivos y Aureliano no tardó ni un segundo en marcharse como alma que se lleva el Diablo, o Dios, ¿quién sabe? De no haberlo hecho, esta historia hubiese acabado aquí manchada de odio, sangre e intolerancia.

Con los años murió el cabo. Lo encontraron flotando en la marisma con las cuencas de los ojos vacías, probablemente comidos por las gaviotas, sin testículos y con el pene cercenado y metido en la boca. Sin duda, en esta ocasión al menos, se había cumplido aquello de que él que a hierro mata a hierro termina por morir tarde o temprano. Pero la vida ya había situado a Aureliano lejos de Jebuntrea y sus tediosas nuevas motivaciones habían acabado por enterrar a “la Petra” muy en el fondo de su corazón. El destierro obligado había terminado por convertirse en un desarraigo deseado o, al menos, tolerado por la fuerza de la costumbre y el hastío. Cuando conoció la muerte del cabo, Aureliano sólo esbozó una leve sonrisa, más de compasión que de maldad, y ni siquiera por un instante pasó por su pensamiento la idea de volver a Jebuntrea, a pesar de tener allí padres, hermanos y aquel tío cura y fascista. Una familia a la que no había vuelto a ver desde su frustrada aventura en el viejo molino de viento. Eran tiempos en los que las distancias aún eran muy grandes y sólo se viajaba cuando era estrictamente necesario.

Muchos años después de la muerte del cabo, cuando ya Aureliano casi había olvidado aquel imperio del sol donde tenía sus raíces y tal vez su verdadero amor, cuando ya incluso había olvidado que había asumido la idea de nunca volver a sentir aquel aroma irrepetible e indescriptible a salitre, vino y camarones, recibió aquella noticia que le entristeció su endurecido corazón. Madre había muerto y Aureliano, de repente, se arrepintió por tantas cosas que no hizo y le hubiera gustado hacer, tantas palabras amorosamente cómplices que habría querido susurrarle despacito en las tardes de lluvia, tantos ratos que dejó de pasar junto a ella, tanto cariño desperdiciado…

En aquel tren que lo conducía hacia su pasado perdido lloró amargamente toda la noche. A la mañana siguiente, en el sepelio, volvió a encontrarse con Don Nicanor que, con los años, había reforzado aun más su aspecto de capellán de campo de ejército golpista sublevado. Y se encontró con sus hermanos, todos más pequeños que él, y con su padre al que el dolor permanente por haber perdido a su hijo a causa de un destierro dictado por la intolerancia y la injusticia había terminado por volver loco. Pero no vio a “la Petra” que, súbitamente, había vuelto a emerger desde las profundidades, ahora tremendamente atormentadas, de su espíritu.

El cementerio de Jebuntrea está situado al pie de una suave ladera desde la que afloraban varios manantiales abundantes en agua, sobre todo durante los otoños lluviosos como aquél. De este modo, frecuentemente, se convierte en un enorme lodazal pantanoso en el que las tumbas apenas emergen de debajo del agua y el barro y donde muchos nichos y los pocos panteones con que cuenta aquel camposanto se anegan hasta desbordarse. Y el más inundado de todos resulta ser siempre el panteón de la familia de Aureliano. Un panteón cuya posesión no respondía a su clase social, era una familia humilde, sino a la influencia y empecinamiento de Don Nicanor, que quería acabar sus días enterrado como un aristócrata ya que su morada final, muy a su pesar, quedaba lejos de paredes catedralicias o salones vaticanos, puesto que a cardenal u obispo no llegaría nunca. Su maldad era excesiva incluso para eso. Aquel panteón contenía los restos mortales de abuelos, bisabuelos y otros ancestros y parientes que, durante años, habían sido allí trasladados desde sus tumbas y nichos originales. Dos metros de agua al menos cubrían esa mañana todos aquellos humedecidos despojos.

Negros nubarrones amenazaban tormenta. Una de esas tormentas que, momentáneamente, parecía que fuesen a acabar con el imperio de aquel sol que siempre terminaba por volver a enseñorearse del paisaje infinito de las marismas de Jebuntrea. Pronto comenzó a llover, pero eso no arredró a Don Nicanor que parecía que no fuese a terminar nunca su sermón fúnebre perversamente inspirado en el ideario del nacional catolicismo, cuerpo central de las convicciones de aquel cura resentido y traicionero. Un sermón al que, por su tono tedioso y fascista y por la inclemente mañana, nadie prestaba la menor atención. Poco a poco aquella lluvia fina se tornó en una tromba tremenda de agua que caló a todos hasta los huesos.

- ¡Aureliano!, ¿qué hacemos con madre? –inquirió Arcadio, el más pequeño de los hermanos, entre tos y tos y tiritando espasmódicamente.

Aureliano miró al cielo, después a su incansable tío, por último al fondo del panteón...

- ¡Zambúllela ya! –dijo lacónicamente y, dándose media vuelta, se encaminó con parsimonia hacia el pueblo sin reparar en los charcos y el barro que fue pisando durante todo el camino.

Y madre se fue hacia su último viaje como antiguo capitán de mercante muerto de escorbuto o a causa de las ansias de botín de amotinados rebeldes o de ladrones del océano a las órdenes de Drake, y cuyo cadáver es arrojado al mar de Java envuelto en negra bandera pirata para servir de pasto a los tiburones.

Aureliano, tras el funeral, se volvió a marchar de Jebuntrea. Pero su éxodo no duró mucho. Poco después de un mes recibió la noticia de la muerte de su padre. Sin saber porqué, Aureliano recordó aquella tarde en la que el cabo, ante la mirada cómplice e inquisidora de Don Nicanor, irrumpió en la casa y se llevó todos los sacos de harina, producto del estraperlo, con la que su padre fabricaba el pan sobre el que se sustentaba la economía familiar. Y rememoró el torrente de lágrimas vertidas por su madre y la angustia del señor Melquíades, proveedor de aquella harina, al pensar que nunca le podría ser compensada. Pero el padre era un hombre cabal. Pasó meses sin dormir y trabajando sin descanso hasta que, sin dejar de atender las necesidades de su mujer y sus cuatro hijos, logró devolver hasta el último gramo de harina. Un áspero sentimiento de culpa le subió a Aureliano hasta la garganta por su ingratitud recién descubierta.

Aquella noche, en la que de nuevo regresó Aureliano a Jebuntrea, la intensa lluvia le recordó un lugar llamado Macondo. Un lugar que desconocía si era real o ficticio y del que había sabido en alguna de aquellas muchas lecturas a las que en realidad normalmente no prestaba casi ninguna atención. Aunque le ayudaban a matar el tiempo, ese tiempo que a él lo había ido matando y al que finalmente no podría derrotar por muchas batallas de las que saliera triunfante o, al menos, sin ser vencido.

Aureliano, que por ley de vida se había convertido en el cabeza de familia, en vista de la laguna en que se había convertido Jebuntrea y recordando la inmersión macabra aun reciente, envió a su hermano Arcadio a inspeccionar el estado en el que se encontraba el panteón familiar para evitar al día siguiente desagradables sorpresas húmedas. El panorama era patético: sucias mortajas manchadas por el barro y restos óseos desparramados por los alrededores del panteón, cajas fúnebres abiertas flotando y pugnando por salir al exterior en lo que a Arcadio se le antojó como un intento vano de sus inquilinos por escapar de aquella insensible oscuridad eterna a la que estaban indefectiblemente sometidos… Y madre… madre haciendo su particular singladura estigia.

- ¿Qué, cómo está la cosa? –preguntó Aureliano al regreso de su hermano.

- ¡¿Que cómo está?!... Hermano… ¡Marineritos tenemos!

Tras aquella nueva zambullida perpetrada en el panteón familiar, Aureliano decidió quedarse en Jebuntrea para hacerse cargo de los intrascendentes asuntos de la familia. Y, claro, el tedio y el arrepentimiento por las cosas que había dejado de hacer lo llevaron a volver a pensar en “la Petra”, cuyo recuerdo hizo renacer de nuevo el deseo y la vida en su corazón. Una dolorosa ansiedad, producida por la ausencia de su amada, fue creciendo poco a poco en los rincones más profundos de su alma. Una tarde lluviosa se decidió a hacer algo para tratar de calmar aquella terrible angustia. Con paso firme, pero sin demasiado agrado, se encaminó hacia la iglesia para ver a Don Nicanor que, pese a ser un cabrón o, tal vez, por eso mismo, era el mejor conocedor de todos los entresijos que, en relación con el corazón o la hacienda, acontecían en Jebuntrea.

- Tío, ¿qué es de “la Petra”? Como usted sabe, yo estoy desde niño enamorado de ella y, por fin ahora, he comprendido que es la mujer de mi vida. Necesito verla, quiero vivir el resto de mis días a su lado. Hacerla feliz y recuperar parte del tiempo que perdimos a los pies del viejo molino.

- ¡Pero, Aureliano!, “la Petra” y tú sois ya muy mayores para los asuntos del corazón. Además, lo que mal empieza, mal termina por fuerza. Y vosotros empezasteis realmente muy mal.

- Permítame insistir tío. Ya sabe también ese otro refrán que dice que nunca es tarde si la dicha ha de ser buena. Y, si ella sigue soltera, creo que juntos podríamos recuperar parte de la felicidad que aquella tarde nos arrebató su amigo el cabo Cotes.

- Hijo, mira, “la Petra” sigue soltera, pero ya no es lo que era.

- Tío, me da igual que ahora esté flaca o gorda, o que esté más arrugada que una pasa. Como podrá ver, yo tampoco estoy “pa” tirar cohetes.

- Hijo mío, te repito que “la Petra” ha cambiado mucho.

- ¡Joder, Don Nicanor!, ya le digo que me da igual. ¡Dígame donde la puedo encontrar y basta!

- Mira Aureliano, te voy a ser franco. ¡Y que Dios y su Santísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, me perdonen por las palabras que va a proferir mi boca entre estas paredes sagradas! A “la Petra”, desde tu marcha, apenas se la veía por la calle. Nadie ha sabido nunca, ni yo mismo, si por voluntad propia o por imposición paterna. Pero, hijo, tras la muerte del cabo dio un cambio radical y, desde entonces, se la ha “cogío” “to” el pueblo. Hasta yo me he “pegao” con ella alguna que otra “agarrada”. ¡La muy puta!, debe ser por la vergüenza que le produce la posibilidad de que tú puedas saber acerca de su inmoralidad y su vida disoluta por lo que, desde tu vuelta, nada se sabe de ella en Jebuntrea.

Aureliano miró a su tío con desprecio y compasión a un tiempo, y, mientras se daba la vuelta y caminaba sin saber hacia donde pero si hacia quien, hacia su Petra de entonces donde fuera que estuviese, amargamente le respondió:

- ¿Y qué?, tío. Aunque tarde, he aprendido al fin que la vida hay que disfrutarla pues no es eterna. Además, no creo que sea tan grave lo que “la Petra” haya podido hacer. Porque, ¿acaso Jebuntrea es Nueva York?

Hoy Aureliano y “la Petra” viven juntos y felices. Y esa felicidad hace que no se preocupen de la cercanía cada vez mayor de ese otoño lluvioso en el que, probablemente unidos, tras pasar en cortejo fúnebre delante de aquel viejo molino, se habrán de dar su última zambullida.

Abril de 2004 - Marzo de 2006

lunes, 18 de enero de 2010

Calvario


Revienta el verbo
Y brota espasmo a espasmo en un poema:
Ternura, derramada en soledad,
Cabal y estéril;
Calvario en un espejo
Negado a la pupila.

domingo, 17 de enero de 2010

Infiernos


EL OBISPO MUNILLA tiene suerte; mucha suerte, sí, de que los infernos sí sean de este mundo y no de ningún otro. Infiernos llamados Haití o Palestina y que, a juicio de semejante hijo del Vaticano, no son nada comparados con "nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción materialista de la vida". Aunque, bien pensado, y en el caso improbable de un más allá tras la muerte, esa buena suerte se le mudaría en pésima fortuna. Porque ¿dónde encontraría, pues, morada, tras ese tránsito, semejante demonio inhumano y sin escrúpulos? Otra razón más para ansiar la vida eterna. Eso sí, es de agradecer a desalmados como Munilla que, con sus prédicas nauseabundas, vengan a reforzar las convicciones de aquellos que no estamos dispuestos a que se otorgue ni un sólo céntimo de nuestros impuestos a estos diabólicos herederos de la inquisición y sus mazmorras.

Aunque no has de venir


Sé bien que no vendrás y así con todo
Jamás renunciaré al insomne sueño
De verte aparecer, pródiga y noble,
Del fondo de un recodo del destino,
Buscando guarecerte en mis afectos.

Ni a, entonces desbocado, ir a tu encuentro
Sin cuentas por saldar, sin un reproche;

Tan sólo, tras la espera, celebrando,
Abierto el corazón, brazos abiertos,
Tu vuelta, hilo de seda en la parábola
Que sueño ya sin fe en mi laberinto.

sábado, 16 de enero de 2010

Alegoría



A Alfonsina, que nunca sabrá de este poema.

"(...) tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados."

Alfonsina Storni.

Siempre vivió en las cumbres
Soñando el mar, las olas, delfines en la espuma,
Gaviotas al ocaso
Y
el límpido prodigio
Que encala, con su témpera de azogue,
La piel de las mareas
.
Siempre vivió en las cumbres;
Jamás gozó el océano ni arrullos de sirenas.
Pero una noche enferma,
Segura de que nunca arribaría
Al puerto en que esperaba desde siempre
Poder largar amarras,
Tatuó una mar sin fin en un poema;
El más bello poema
De (a)mar
Jamás escrito,
De (a)mar y muerte.

viernes, 15 de enero de 2010

Prosopopeya


Hay veces que el muñón vuelve a dolerse
Igual que cuando fue recién castrado.
Comprende el hueco entonces que el dolor
Jamás hubo llegado a mitigarse,
Que sólo terminó por ser costumbre
Sin que una vez, al duelo de su pérdida,
Viniese una caricia a hacer contraste.

jueves, 14 de enero de 2010

Ecce homo


Me afano en desterrar de mis poemas
Cualquier palabra esdrújula o aguda.

Tan extensa es la sal,
Tan acerba una lágrima,

Que se hacen remembranza en la distancia,
De afasias, clavo y cruz, yermo y exilio.

La suerte está ya echada, el veredicto
Se ubica en territorios de ladridos
Y el hombre, aquí / aquí, el poeta


---------------------------------------------------------------------- solos

Con todo el diccionario a sus espaldas.

/**----/


Llega una nube.
Leve sombra, no llueve.
Se aleja; arena.

miércoles, 13 de enero de 2010

Contratiempo


He echado un tiempo eterno
Tratando de entender
Lo que era inexplicable:
Los misterios de Cronos,
Indolentes y parcos,
Sepultando periplos,
Devorando embriones,
Demostrando que el verbo
No es mas que un sueño ahogado.
He echado un tiempo eterno
-------------------------------------- y ahora que
Construyo una respuesta al falso enigma,
Sospecha el corazón que se hizo tarde.

De la metafísica en el sexo (o del amor, quien sabe)


Yacer ligado a ti en fogoso tálamo.
Lamer tu vientre, trémulo, el cabello
Mesarte largamente, espasmo a espasmo
Bajar a alimentarme entre tus muslos,
Y luego, en tanto muerdo tus pezones,
Extático perderme en tus adentros
------------------------------------------- y, ante todo,
Soñar tus mismos sueños.

martes, 12 de enero de 2010

Las alas del lobo


Un súbito aquelarre, infame eclipse,
Abate los barrotes con sus sombras
E invita a desplegar garras y aullidos
Al verbo condenado a ser guarida;

A ser sin compasión cepo y veneno
A cambio de una luz, fatuo espejismo,
Lamiendo los muñones indelebles
Tatuados como llagas en los sueños.

Tan sólo es necesario convocar
A alzarse a las cenizas de su abismo.

Mas nunca deleitó la sangre al lobo:
Jamás habrá en su jaula de invocar
Fantasmas del pasado.

Las enseñanzas del zancudo (un poema de José Emilio Pacheco)


Como en otras zonas del español, en México el zancudo es el mosquito, pero es sobre todo el insecto, parecido a él aunque de mucho mayor tamaño, que en inglés llaman daddy long legs y dragonfly. Aquí nadie emplea su verdadero nombre: típula.

Julián Hernández, Breves apuntes sobre el español hablado en México (1952)

Entra bajo el calor, mide mi cuarto.
Su torpe vuelo no produce ruido.
Da vueltas por la lámpara.
No se atreve a inmolarse.
Pegado a la pared se queda inmóvil.
Se limita a observarme y a temerme.
Se resigna a morir, triste, seguro
De que voy a aplastarlo.
Su pasiva fijeza es un misterio:
Está retando al mundo y a lo humano.

El anticolibrí, muestra irrisoria
Del total desamparo,
Sin duda es (como yo) lento, antiestético.
Pero no dice: “Apiádate”.
Odia la compasión. A su manera
Es valiente entre los valientes.
Otros dirán: “Imbécil.
Puede escapar: hay puertas y ventanas”.

No voy a destruir a un inocente.
¿Quiero ostentar misericordia altiva?
¿O estoy paralizado como él,
Incapaz de aceptar su desafío?

El zancudo me dicta sin quererlo
Su lección indeseable:
“Si aún sigues aquí
No es por tu mérito.
Se trata nada más de que hasta ahora
Alguien ha decidido perdonarte”.

lunes, 11 de enero de 2010

En esta luz dulciamarga



A veces la penumbra de un pasado
Ajeno se ilumina, y su relámpago
Remueve los cimientos que, precarios,
Sostienen en su ruina lo presente.

Y vuelven con la luz viejas preguntas

Que siempre junto al labio enmudecieron;
Preguntas, y otras nuevas, que callamos
Por miedo a que parezcan un reproche.

No obstante comprendemos la grandeza
De aquellos que estuvieron con nosotros
A riesgo aun de quemarse en su pretérito
Haciéndonos de escudo en el silencio.

Y es duro sospechar que ya en la vida
Jamás probablemente encontraremos
Por mucho y más empeño que pongamos
El modo de poder agradecerlo.

Pateras

Arriban ateridos desde el hambre;
Desde la bota sobre el cuello vienen
A lomos de una gélida intemperie
Que se alza desbocada igual que un lobo
Con alma de salitre y voz de espuma.
Desde un saqueo antiguo enjutos llegan,
Ligeros de equipaje, mas colmados
De sueños de horizontes sin confines,
Buscando hallar su pan de cada día,
Un lecho al fuego, libre, y sólo encuentran
Escuálidas migajas con resabio
A gueto, explotación e indiferencia.

domingo, 10 de enero de 2010

Desconfianzas


No estabas obligada.
Aquello que ahora sé,
No fue ninguna falta
Que deba sancionarse
Ni haya de echarse en cara.
Pero pienso que entonces,
Como muestra de fe,
De tu afecto y confianza,
Quizá entonces pudiste,
Quizá, no sé, debiste
Hacérmelo saber,
Habérmelo contado.

Quilates



UN BUEN POEMA, para llegar a serlo, ha de brotar casi indefectiblemente del corazón herido, de una entraña arrítmica, de una víscera purulenta. No obstante, si, tras esas fértiles náuseas, el vómito no es pulido y tallado con el método y la precisión de un joyero, podrá poseer un sinfín de valores, pero, como poema, no pasará de ser, entre otros muchos, más que un vulgar diamante en bruto.

sábado, 9 de enero de 2010

Draw poker


Conocido el secreto
De tus cartas tapadas
Debiera estar feliz de disponer
Al menos de esta mano con ventaja

Pero esto

No es un juego

Ni tú eres

Mi juguete
Ajo y agua

La verdad sobre Lázaro


Quizá cuando esta agónica esperanza
Sin paz se haya podrido hasta el olvido,
Vendrás junto a su tumba a reclamarme.

Será ya en vano; aquello
Que no resucitó siendo agonía,
Jamás logró volver del vasto tártaro.

viernes, 8 de enero de 2010

Oasis


La Esperanza esa sed
Bebiendo la aguasal de un espejismo

Malos sueños


Qué amargo sospechar
Que nos harían felices
Y que ese es el motivo
Que impide que despierten

Apologías


ABOGO por el diálogo como, tal vez, la única vía de solución a la violencia y, mirándome con idéntico odio y desprecio que el que se dedica a un asesino, esgrimes como argumento para descalificarme la necesidad de hacer justicia a los muertos del pasado. Así, mientras yo pienso en el modo de evitar las víctimas futuras, tú, como daño colateral, ya las has asumido en tu balance.

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Naipes marcados.
Castillos en el aire
Celeste y cóncavo.
Farol al descubierto
Contra un póquer de ocasos.

jueves, 7 de enero de 2010

Jesusa Alonso (un poema de Silvia Delgado Fuentes)


Jesusa Alonso sólo pudo amar a un hombre.
Fue, el suyo, un amor urgente,
de palabras con prisa,
de caricias secas,
De orgasmos ajenos.
Y demasiado rápidos.
Contra muros.
Sobre escarcha.
De frente,
Por la espalda.
Bajo estrellas
y a veces...
cubierta de lágrimas.

Jesusa no quiso a nadie más entre sus muslos,
hizo la promesa de ser célibe,
aceptó la regencia de un comercio
y se preparó para ver a este hombre diariamente
sin poder odiarlo.

Ambos fueron envejeciendo.
Distantes.

Nunca, él, necesitó harina ni alpargatas.
Nunca le pidió perdón por los embustes ni por las trampas.
Todo lo contrario,
fanfarroneaba relatando
cómo la había desflorado
entre matojos
mientras calladamente rezaba.

Hablaba de ella como quien habla de una alimaña.

No alcanzaba a imaginar siquiera
que cada noche, Jesusa,
revisaba los recuerdos y los reinventaba
para que de este amor no le quedara
amargor ni rabia.

Mejoraba cada uno de sus recuerdos
para que el suyo no fuera
un amor cualquiera
con un hombre
que la dejó con las ganas.



de "Las cuarenta chimeneas del infierno", un poemario en el que Silvia Delgado pone voz a los sin voz, a los silentes, a los amordazados, a aquellos a los que les fue de algún modo arrebatada la palabra. Poemas directos, sin tapujos, brutales, aterradores; un paseo por el infierno, sin chimeneas por las que tratar de escapar como el humo; un nudo en la garganta; un tajo seco que nos arrebata los párpados y nos deja inermes, desolados, frente a unos destellos tan filosos y oscuros, que tan sólo nos es posible balbucear rogando que un sol piadoso nos otorgue en un instante la ceguera del olvido. Pero esa visión espantosa, ese espejo en que de un modo u otro todos nos miramos, por fortuna, permanecen. En definitiva -y nada lo es completamente- un poemario casi imprescindible.

Eclipse de luna


A Mar, por “Selene. Entre sábanas”

El pozo se secó,
Con él, la luna.
Sobre un lecho sin luz
Brilla en su espuma
Un sueño hecho de sal,
Delirio y duda,
Quimera al despertar,
Negra amargura.

Ilustración: “Selene. Entre sábanas”,
de Mar Sánchez. Óleo al agua sobre lienzo (120 x 40 cm.)

miércoles, 6 de enero de 2010

Premura


Qué larga la agonía de los hombres:
Porfiada cuenta atrás que da comienzo

Con la primera pérdida.

martes, 5 de enero de 2010

Sin-sentido(s)


Perdimos a conciencia la costumbre
Cabal del cara a cara
De alzar el vuelo unidos
Sin tocarnos las alas
De reventar los muros
A golpe de palabras

Se han roto los espejos
Del aire el mar las abras
Se ha roto en el poema
La sed de la esperanza

lunes, 4 de enero de 2010

Páramo


La mano tiendo, trémula, rogando
La luz de un son afín que, hecho alianza,
Alumbre con su ardor la remembranza
Rendida a lo silente, ansias buscando

El sol de un eco tenue refrendando
Las flores de la noche. Mas no alcanza
Apenas mi palabra sin pujanza
A ser en la penumbra memorando

De una danza de espasmos mutilada,
De una fatua esperanza compartida,
De un pútrido muñón que en su alma herida

Se sueña aldaba, mano, nauta, rada,
E, insomne, es sólo anhelo sin futuro
Grabado a sangre y llanto contra un muro.

domingo, 3 de enero de 2010

Tempestad



"Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento."

Gabriel García Márquez


Silencio atronador el de la lila;
Muere el eco en su boca, amordazado,
Y un veneno de lenguas desbocadas
Dispara su aguijón contra lo cóncavo.

Diluvia ha tiempo ya sobre mojado;
Las laderas, cenizas apagadas,
Con náuseas de humedad vomitan barro
Y expiran desgarradas por sus cárcavas.

Relámpagos, zozobra, bruma, espanto;
Qué lejos aquel tiempo de jilgueros,
De manos ávidas, de abriles firmes
Tensando el fino alambre de los sueños.

Detrás de la ventana un sol celeste
Se niega a abrir un hueco al gris del cielo.

sábado, 2 de enero de 2010

Las 12 gambas de la puta suerte


ODIO las uvas. No obstante, cada fin de año, desde que tengo uso de razón, he venido cumpliendo con ese nada ancestral y muy estúpido rito –concebido, como es sabido, por un grupo de cosecheros del Penedès en 1909 para tratar de desembarazarse de los ingentes excedentes de ese año- de tragar como los pavos las 12 uvas de la suerte. Pero nunca vi realizados mis deseos. Así que, tras la ya más que esperada frustración de comienzos de 2009, acabé por pensar que engullir 12 uvas –pese a la peligrosa alergia que padezco hace un tiempo con respecto al fruto de la vid, las moscas y septiembre- era algo tan fácil que no merecía como recompensa el cumplimiento de deseo alguno. De modo que decidí complicar un poco la cosa y, en la próxima oportunidad, en lugar de 12 uvas, zamparme nada más y nada menos que 12 gambas –adoro la gamba blanca de la costa de Huelva. “Bueno, eso no es para tanto” –pensará más de uno. Ya, ya, pero es que no sólo se trataba de comerlas, sino también de pelarlas con cuchillo y tenedor en el tiempo que transcurre entre la primera y la última de las campanadas de fin de año. “¡IMPOSIBLE!” –puede que piensen ahora. Pero pocas cosas hay que no se puedan conseguir a base de sacrificio y un buen entrenamiento. Entre 6 y 10 horas diarias me he llevado desde entonces practicando; entre 6 y 10 horas diarias pelando gambas con la delicadeza de un gourmet para engullirlas igual que un cerdo.

Suena la última campanada del año y, para comenzar 2010, ¡PRUEBA SUPERADA! Pero tampoco en esta ocasión me ha sido concedido mi deseo, cuyo cumplimiento, en este mundo de prisa permanente y desenfreno, debía haberse producido de inmediato. Y aquí estoy, merced a los precios estratosféricos de la gamba blanca en el mercado, con todos mis bienes embargados por el banco; con uñas y cabellos tintados de una extraña coloración anaranjada –trato de poner en pie algo que recuerdo haber visto en un documental de la “2” explicando el porqué del color del plumaje de los flamencos-, y el pie izquierdo –por aquello del ácido úrico- más hinchado que la bota de un tirano sobre el cuello de sus avasallados vasallos. El año próximo probaré con huevos duros.

Marcha pacifista a Gaza (VI) (Pepa Suárez)


Día 30 de diciembre

El gobierno egipcio intenta dividir al movimiento pacifista
Crónica desde Al Arish

Ayer noche el gobierno egipcio ofrecía a la organización americana convocante de la Marcha por la libertad en Gaza la entrada en territorio palestino de un convoy formado por cien personas representantes de las 43 nacionalidades presentes en este país bajo el paraguas de una fundación de la esposa del presidente egipcio. El malestar entre los componentes del movimiento resulta evidente ante la aceptación de CODE PINK de la propuesta gubernamental. Consideramos que la propuesta no responde a los objetivos iniciales además de representar un lavado de cara del gobierno egipcio que apoya de forma contundente la política de férreo bloqueo a la franja.

Mientras tanto continúan las acciones de protesta en El Cairo con la huelga de hambre de dos personas, una mujer polaca de origen judío superviviente del holocausto y otra mujer catalana, ante las oficinas de NN.UU. situadas en esta capital, además de la acampada de más de trescientos franceses delante de su embajada y nuevas acciones como la marcha a pie que quieren emprender todos los brigadistas convocados en El Cairo en dirección a Al Arish desde donde escribo esta crónica. Mientras tanto la gente continúa en su empeño de acercarse a la frontera, como un grupo de 8 australianos que acaban de llegar a través del desierto y sorteando los numerosos controles policiales que impiden el paso.

La presión policial en Al Arish continúa. No permiten nuestros movimientos. Tenemos asignados policías a cada grupo. Y si intentamos salir del hotel nos siguen e intimidan a los taxistas que se acercan. Hoy mismo para salir del hotel y llegar a otro hotel cerca de la playa para encontrarnos con otros brigadistas hemos tenido que salir corriendo dispersados para burlar la vigilancia.

Crónica enviada por Pepa Suarez Flores desde algún lugar cercano a Gaza.
(Continuará)

viernes, 1 de enero de 2010

Marcha pacifista a Gaza (IV y V) (Pepa Suárez)


28 de diciembre

Camino hacia la frontera de Gaza

Durante todo el día de ayer domingo no han cesado los movimientos de protesta pacifica de los mas de mil trescientos componentes del movimiento internacional congregados en Egipto. Concentraciones en el Cairo con velas en recuerdo de las victimas de los bombardeos israelíes en la franja de Gaza. También ante las embajadas europeas para exigir el paso de la marcha internacional hacia la frontera y el fin del bloqueo al que tienen sometida a la población. Estas concentraciones han coincidido con las numerosas concentraciones convocadas en las distintas ciudades españolas para el mismo día.

La coordinación entre las distintas delegaciones se realiza vía teléfono y correo electrónico. Estos medios permiten conocer en todo momento las acciones autónomas que realizamos unos y otros en los distintos lugares en los que nos concentramos.

Yo me encuentro en Al Arish a unos escasos cuarenta kilómetros de la frontera con un grupo de unas cincuenta personas de distintas nacionalidades que hemos podido sortear los controles policiales para llagar hasta esta ciudad. Aunque, a medida que pasan las horas, resulta más complicado salir de El Cairo en dirección a la frontera. Y los que lo intentan son devueltos a El Cairo.

En Al Arish también realizamos una concentración con velas en una de las plazas de la ciudad. Pero duro poco. La policía nos invito a apagarlas mientras obligan a alejarse de nosotros de malas maneras a todos los egipcios que sienten curiosidad y simpatía por lo que hacemos. La excusa fue que la población egipcia podía suponer un peligro para nuestra seguridad con ese tipo de acciones. La realidad es que los egipcios simpatizan con la causa palestina. Todo un problema para el gobierno de este país que entra en continua contradicción con el sentimiento de su población como se demostró en la guerra de Iraq y con los actos de protesta contra los bombardeos israelíes sobre Gaza.

En medio de un gran despliegue de policías secretas, esta mañana Coni, una compañera valenciana, y yo hemos conseguido burlar a los policías que nos siguen a todas partes y los controles a través de caminos secundarios para llegar a Rafha, la ciudad egipcia desde donde se pueden divisar los minaretes de las mezquitas de Gaza. Un milagro que ha durado un suspiro. Nada mas llegar y mientras tomábamos un té, la policía llegó al restaurante y nos pidió nuestros pasaportes preguntándonos el motivo de nuestra visita. Nos invitan a marcharnos de allí con unas buenas dosis de amabilidad y paciencia. Apelamos a la libertad de circulación de las personas. No cuela. Tampoco nos devuelven los pasaportes hasta que nos marchemos. Rafha es la ciudad prohibida para el movimiento de solidaridad y hemos podido comprobar el sorprendente despliegue militar que custodia un férreo bloqueo de trágicas consecuencias humanitarias.

Dia 29 de diciembre

Aumenta la presión sobre el gobierno egipcio
Desde Al Arish (Egipto)

La presión sobre el gobierno egipcio aumenta por momentos debido a las diferentes acciones de protesta que estamos llevando a cabo los integrantes de la marcha solidaria con Gaza. La delegación francesa ha acampado ante su embajada en El Cairo, otros grupos han realizado acciones de protesta ante las oficinas de NN.UU. y otras oficinas diplomáticas. Una mujer polaca de origen judío de 85 anos ha comenzado una huelga de hambre con el objeto de llamar la atención sobre el bloqueo a Gaza. Ayer en Al Arish, una localidad situada a cuarenta kilómetros de la frontera con Gaza, donde me encuentro, un grupo de españoles hicimos un acto de protesta en la calle con la presencia de la policía antidisturbios. Las medidas de seguridad son extremas pero las fuerzas de seguridad evitan en todo momento reprimir cualquier movimiento de los extranjeros mas allá de lo que pueda suponer un conflicto diplomático.

En esta localidad de Al Arish, la policía secreta hace guardia dentro del hotel y nos sigue a todas partes. Tanto que a estas alturas se sientan con nosotros a tomar el té mientras debatimos que hacer. Si alguien sale del hotel para ir a Internet, cambiar dinero, comer o simplemente dar un paseo se movilizan inmediatamente para seguirnos de cerca. Argumentan rezones de seguridad. La misma excusa de siempre. Peor lo tienen los seis judíos ultraortodoxos estadounidenses pertenecientes a una organización antisionista que se encuentran en otro hotel junto a la playa ya que no les permiten salir a la calle desde que llegaron a Al Arish.

Hoy sobre las dos de la tarde hemos realizado una concentración en la plaza Sadat, situada cerca de nuestro hotel, un grupo formado por unas cincuenta personas con pancartas. La policía que nos permite en todo momento realizar este tipo de acciones evita que los egipcios se acerquen a nosotros. Incluso les dicen que tenemos sida y podemos contagiarles. Pero no pueden evitar que nos hagan la señal de victoria. Gamal Gomaa, un abogado egipcio ha hecho lo que seguramente a muchos les pide el corazón: evadir el cordón de policías que nos rodea y unirse a nosotros. “No entiendo que el gobierno egipcio colabore con Israel en contra de nuestros hermanos árabes palestinos. Como tampoco que el mundo civilizado occidental mire para otro lado mientras un millón y medio de palestinos sufren las dramáticas consecuencias del bloqueo” ha dicho con voz temblorosa mientras un policía se acerca para intentar detenerlo. En estos instantes mientras escribo esta crónica, nuestro grupo rodea a Gamal para impedir su detención. “No me importa morir” añade mientras llama a su mujer para que se esconda en otra casa con sus hijos.

Crónicas enviadas por Pepa Suárez Flores desde algún lugar en torno a Gaza.

(Continuará)