martes, 20 de abril de 2010

El último confín de la tortura


Nunca supo el porqué,
Las causas de que entrase en su morada
Lo mismo que un brutal antidisturbios
Tras dar varias patadas a la puerta.
El caso es que llegó para quedarse,
¡PUM, PUM!, a todas horas
Golpeando, lacerando,
Sin dejarlo dormir –¡estruendo estruendo!-,
Y una luz amarilla
Siempre fija en sus ojos
Que, sin párpados, pronto
Fueron un pozo ciego.
Jamás mostró su rostro, tras la máscara,
Jamás lo interrogó, dijo palabra;
Sabía de su inocencia, su ignorancia;
Tan sólo se afanaba en torturarlo,
Gozando en su sadismo sin clemencia.
Lo tuvo meses, años,
Atado a aquella silla,
Protervo disfrutando en su dolor;
Clavándole alfileres en las uñas,
Quebrándole los dientes, horadándolos,
Rasgándole a mordiscos lengua y labios,
Los sueños, los pezones, las vanas esperanzas;
Fijándole electrodos en el sexo
Y aullando de placer con las descargas
Eléctricas que hacían que se orinase
Encima mientras él eyaculaba
Temblando como un perro revolcándose,
Demente, en el deleite de esas aguas.
Con el tiempo, el dolor,
- - - - - - - - - - - - - - - - - aún persistiendo,
Dejó de evidenciarse en sus quejidos;
E igual que había llegado él se marchó,
Dejándolo cubierto en mierda, en náuseas,
Sumido en las tinieblas.

- - - - - - - - - - - - - - - - - -Y, en las garras
De aquella soledad sin luz ni límites,
Llegó a añorar la hirsuta compañía
De aquel que, con encono, tanto tiempo,
Gozara con la hiel de su quebranto
Y luego abandonado lo dejase
Al último confín de la tortura.

1 comentario:

SantiagoPabloRomero dijo...

Si perdemos la perspectiva
acabamos dejando
de patalear
hasta disfrutar de la tortura
diaria de nuestra
monótona existencia.
He Ahí la cuestión
patalear o
dejarnos morir en el intento.

Abrazos, León cóncavo.