sábado, 16 de octubre de 2010

Al fin de la jornada


Pero fue lo peor de aquella historia
- - - - - que, al fin de la jornada,
a ella tocaron lágrimas y risas,
- - - - - y a mí, sólo las lágrimas.

Gustavo Adolfo Bécquer

De aquel tiempo de encuentro sólo quedan
la herencia devastada de un deseo
que nunca conjugamos con plurales,
y esta tenaz condena a muerte en vida
que me hace vomitar de espanto y vértigo
al borde del cadalso del olvido.
No obstante, esta es mi historia,
la tuya es diferente;
yo arrastro a duras penas las pesadas
preguntas repetidas sin respuesta
que engendran la carencia y la nostalgia,
mientras que tú, impertérrita y sin carga,
no te preguntas nada, nada añoras;
tú fuiste para mí liturgia y credo,
en tanto para ti yo fui tan sólo
un mero pasatiempo, otro de tantos;
tú vuelas, eres viento y mariposa,
y yo me arrastro, légamo y gusano.
No pienses que te culpo;
así se repartieron los papeles
de aquel absurdo y trágico sainete:
a ti te tocó en suerte ser jurado,
fiscal, verdugo, juez, sepulturero;
quedando para mí el rol de culpable,
facineroso y víctima,
patíbulo y ahorcado.

De aquel tiempo de encuentro sólo quedan
tu risa como prólogo a otra historia
sin hueco para mí entre su reparto,
y, agónicas y serias, lacrimosas,
las ruinas de mi anhelo epilogado.

1 comentario:

erato dijo...

El mundo de algunos corazones, de muchos, está lleno de estrellas fugaces que guardamos en el recuerdo de los desencuentros.Un abrazo