domingo, 6 de noviembre de 2011

Tribulaciones de una crisálida (VI)


Funámbulo demente y tetrapléjico, busqué el regazo de la aurora, arrastrando mi vértigo sobre un cable oxidado que, aciago, amenazaba con romperse. La oscuridad era absoluta. Sin red que amortiguase la caída, era una soga al cuello el tiempo, lastrada con los yerros del pasado por ese miedo atávico a andar sobre las aguas. Los aviesos bufones del silencio y la ausencia lapidaban mi paso de alevoso desprecio. Pude volver atrás, pero la sed de luz cegó el regreso. No me importó caer (era tanto el dolor de mis huellas sangrando); sabía que si el golpe no acababa conmigo, podría al fin contar con la resuelta misericordia de las fieras. Pero ellas también me dieron la espalda. Y aquí me hallo, tullido, el alma rota, aguardando a que en polvo muden ya mis despojos.

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