jueves, 13 de septiembre de 2012

Ajo y agua (bendita, por hacer una somera especificación clarificadora)



Siempre, hasta donde me alcanza la memoria, en parte por firme convicción, en parte como consecuencia de ciertas reacciones alérgicas tan severas como poco estudiadas e impropias de mi raza, he sido vegetariana. Como un mosquito macho. He de aclarar que estos hábitos alimentarios, en un vástago inmortal de la denostada estirpe de Lilith y Caín, resultan, cuando menos, poco saludables; aunque, qué duda cabe de que en mi caso particular, no tan potencialmente peligrosos y contraproducentes como sucumbir a la tentación de la sangre y la carne.

Esta extraña patología, no obstante, es algo que, durante siglos y más siglos –eso sí, siempre en los huesos-, he sabido sobrellevar con resignación y la entereza de espíritu propia de las almas oscuras que habitamos los sempiternos y sublimes territorios por los que se extiende ilimitado el Reino de las Sombras. Hasta aquella noche en que, ebria de metanol, no sé si por acierto o por error, probé tu sangre. Desde entonces no puedo conciliar el sueño y los días se me antojan eternos en el lóbrego interior de este ataúd que ya, lejos de lo que antaño fue un suave lecho de acogedora tierra natal, no es más que un violento y angosto confinamiento con sabor a destierro bajo el inclemente sol de todos los desiertos. Destierro de ti, destierro de tu sangre.

Luego, cuando como esta noche me libero con la noche de la insólita cárcel que enclaustra mis insanos apetitos, me alzo hambrienta al aire y recorro en vuelo bajo el firmamento buscándote. Como un mosquito, macho. Y, cuando al fin te encuentro y alcanzo como ahora a oler bajo tu piel latiendo el anhelado maná nutricio de tu sangre, como una mosquitera inexpugnable, igual que un crucifijo bendecido por las tóxicas y turbias aguas milenarias de liturgias irracionales y falaces, me detiene el miedo a perecer una vez más en esa delgada línea en la que se confunden el éxtasis y el shock anafiláctico.

Ya se comienza a teñir de rojo el horizonte; debo regresar con premura al insomnio y lo oscuro. Dentro de unas horas, tras el ocaso, me he prometido asaltar por segunda vez en mi ya tan larga y cansada inmortalidad una droguería, antes de volver a arrastrarme de nuevo volando por las tinieblas en pos de tu sangre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy en la línea de E.A. Poe. Pero un poco irrespetuoso con los crucifijos.

Abate Carlos de Triana