lunes, 14 de enero de 2013

Crónicas del arco iris (2) (Carlos Parejo)

De vuelta de Bamako, capital de Mali, donde mi nuero ha ido a construir una depuradora, me comenta que aquello no es el “tercer”, sino el “cuarto” mundo. Un extranjero no puede entrar en las barriadas periféricas. Hay una pobreza de masas, aquí impensable. Me remonto con la imaginación a tiempos de mis bisabuelos, cuando Andalucía era tierra de latifundios agrícolas y caciques con derecho de pernada, de masas de jornaleros esperando en la plaza del pueblo el pan nuestro de cada día. Hoy son jornaleros sólo 8 de cada 100 andaluces, la décima parte de entonces, pero más de la mitad de los existentes en España.

En tiempos de mis abuelos, grandes ciudades como Sevilla se rodearon de una fea orla de “casas baratas”, o “chabolismo vertical”, que acogieron a la gente que venía del campo. Residían allí entonces setenta de cada cien sevillanos. Era todavía un niño, cuando visitaba estas barriadas, con los llamados “curas obreros”. Y me decían que “aquella frontera” entre pobres y ricos no la ha había puesto Dios, sino el hombre. Y ahí siguen, aunque en menores proporciones. Las instituciones calculan que hay un diez por ciento de sevillanos pobres viviendo aún en ellas.

Además, difusos por toda la ciudad se encuentran otros pobres poco nombrados en las estadísticas. Se trata de los ancianos jubilados y sus amas de casa. De ellos, a casi la mitad –un siete por ciento de los sevillanos- , apenas se les ve en la “Sevilla” oficial. Parecen formar parte de una “ciudad invisible”. Salen de higos a brevas de sus hogares para distraerse con “los de su edad” en los centros para mayores del barrio, o a comprar algo en las tiendas de esquina. El resto del tiempo lo pasan pegados al televisor y al botón rojo de tele-asistencia, para que les llegue a fin de mes su mísera pensión –ni siquiera mileurista-.

Pero también han llegado nuevos “pobres”. Hay barriadas de esas “casas baratas”, donde ahora se concentran los africanos subsaharianos que se atrevieron a cruzar la gran “frontera” de agua salada entre el cuarto, tercer, segundo y primer mundo, que es el Mar Mediterráneo. En el mejor de los casos tienen pequeños negocios ambulantes – a la manera de tantos gitanos-, o son obreros de la construcción. En el peor, viven con el corazón en un puño con su oficio de “manteros” de videos, compactos musicales y otras artesanías. Una profesión de alto riesgo, que duda cabe. Y, en lo más bajo de la pirámide, los nuevos gitanos, los “rumanos”. Con su “chabolismo” errante, desmantelado una y otra vez por las autoridades, sus furgonetas de cuarta mano, sus ritmos balcánicos, y su oficio “alegal” de escarbadores incansables de los contenedores de basuras.

© Carlos Parejo Delgado

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