sábado, 30 de marzo de 2013

El burro que no aprendió la lección


Cuentan que en un país muy, muy lejano, hubo hace mucho un burro al que su dueño, con grande pena, dio por desahuciado tras denodados esfuerzos por sacarlo sin fortuna del fondo de un pozo seco al que había caído unas horas antes. Pero el animal, que sin duda era un burro fuera de lo común, a fuerza de ingenio y tesón, acabó saliendo de aquella trampa mortal subiéndose sobre cada una de las paladas de tierra que los lugareños le echaban encima para cegar el fatídico agujero y, de este modo, evitar nuevos accidentes que pusieran en peligro alguna sus propiedades pecuarias.

Al parecer, la sin par hazaña del burro corrió de boca en boca y de hocico en hocico hasta llegar a los más remotos confines del Reino, y, en poco tiempo, el animal fue toda una celebridad. Su reputación no dejaba de crecer y, tras aparecer en diferentes reality shows televisivos, en varios pueblos de la comarca fue condecorado con la alta distinción de burro predilecto. Incluso le fue erigida una estatua ecuestre en la Plaza Mayor de la capital de la Corte, que, la verdad, no le hacía justicia ya que el escultor, que quería aprovechar aquella oportunidad para ganar fama y así poder comenzar a vivir de una puñetera vez de sus obras de arte, utilizó como modelo a un hermoso caballo árabe propiedad del señor Marqués. Tras aquella desafortunada e interesada suplantación, el burro cayó en el insondable pozo del olvido y, no mucho tiempo después, termino muriendo en la más absoluta miseria; alcohólico y demente.

También afirman que desde el mismo día de la renombrada hazaña, ya ningún otro burro murió atrapado en el fondo de cualquiera de los muchos pozos secos que había en el Reino como consecuencia, según pregonaban alarmistas agoreros, del cambio climático y el derroche suntuario que suponía el ingente volumen de agua utilizado para llenar las piscinas privadas y regar los campos de golf en los que se solazaba la aristocracia. Se cuenta, incluso, que los burros más jóvenes se divertían arrojándose a cualquier hoyo o ciénaga que se prestase a tal fin y que hasta se organizaban sustanciosas apuestas sobre el tiempo que les llevaría salir de las profundidades. Aún se rumorea que incluso alguno llegó a merecer figurar en el Guinness World Records por su destreza.

Pero pasaron los años, y una lluviosa y fría tarde de invierno un burro que, sin llegar a conocerse nunca los motivos, había logrado escapar de su reclusión en la Reserva Natural creada por el Ministerio de la Naturaleza para conservar la especie, ya que con la mecanización y modernización económica del reino, los burros habían perdido su utilidad y razón de ser, tropezó y cayó al fondo de la más profunda sima que había en aquel vasto territorio.

De inmediato, el desafortunado animal comenzó a entonar unos rebuznos de tal magnitud que no tardaron en llegar a los oídos del Director de la Reserva. El rescate fue organizado con diligencia y al poco se habían personado en el lugar una legión de Agentes de la Naturaleza, la señora Ministra del ramo, el líder del partido de la oposición, la Corporación Municipal en pleno, el Capitán General de la Región Militar, el Arzobispo, acompañado del sacristán catedralicio, el Presidente del Club de Empresarios, el cantante de moda y la plantilla completa del más laureado club de fútbol del Reino. Todos ellos, como era costumbre, llegaron algo después que los redactores y los reporteros gráficos de los principales medios de comunicación de ámbito nacional y que un grupo de turistas japoneses que esa mima tarde había estado visitando la Reserva. La Familia Real envío un mensaje de solidaridad con todos ellos y se disculpó por su no asistencia, motivada por el ineludible compromiso que sus miembros habían contraído para participar en un evento deportivo de rango internacional.

Unas horas después, que al burro se le antojaron una eternidad, y tras la conferencia de prensa, apretones de manos, gestos de preocupación, sonrisas falsas y una dilatada sesión de poses para las fotografías de rigor, el Capitán General, ataviado con su impoluto uniforme de gala, dio la orden de iniciar la operación de rescate, y una enorme pala excavadora comenzó a arrojar toneladas y toneladas de barro al fondo de la sima. El burro, inmediatamente, empezó a sacudírselo de encima para subirse sobre los montones que se iban formando, cuando, sorprendido, escuchó un leve quejido procedente del rincón más oscuro de aquel lúgubre agujero. Y, en ese instante, le pudo más la curiosidad que el deseo de salvarse.

Tras unos minutos, el Capitán General ordenó parar la pala excavadora e iluminar el fondo de la sima para así poder observar como había prosperado el burro en sus intentos por escapar de la misma. Pero, al asomarse desde el borde, quedó entre molesto y estupefacto. El burro no se había movido del fondo de la sima y con su cuerpo, ya en parte cubierto por el fango, trataba de dar calor a una cabritilla bañada en sangre y con las patas traseras evidentemente quebradas. Pese a que la estampa contemplada no era como para albergar esperanzas de que la operación que se estaba ejecutando llegase a buen fin, el Capitán General, con voz firme, ordenó que la pala excavadora reiniciase su tarea y tras unas horas, en las que ningún sonido salió del fondo de la sima, esta y sus fortuitos moradores quedaron totalmente sepultados.

Al día siguiente, la prensa escrita y prácticamente todos los noticiarios televisivos y radiofónicos coincidieron al resumir la noticia:

“Ayer por la tarde, un burro que había escapado de la Reserva Natural, cayó en una sima cercana. Tras afanosas y desafortunadamente infructuosas labores de rescate, el Excelentísimo Señor Arzobispo, en su calidad de Portavoz del Gabinete de Crisis, declaró que este órgano había llegado a la conclusión de que el animal carecía de la mínima inteligencia, motivo por el cual no había sido capaz de aprender la lección. El Consejo de Ministros, tras decretar el cese fulminante del Director de la Reserva, estudiará próximamente erigir en el lugar, en forma de estatua ecuestre con grandes orejas de burro, un Monumento a la Estupidez, como instrumento aleccionador que contribuya en el futuro a evitar desgracias similares. El escultor oficial del Reino se ha mostrado entusiasmado ante el anuncio gubernamental”.

A la cabritilla ni la mencionaron.

(Septiembre de 2005)

No hay comentarios: