viernes, 2 de agosto de 2013

Po(rr)eta en Nueva York (Agustín Casado)


Era Nicolás Tinoco
-Nicotino en abreviatura-
más chimenea que criatura,
de su incendio el mismo foco.
Humeante sartén de fritura,
fumaba como un loco
rubio, negro y picadura
sin hacer ascos tampoco
si se da la tesitura
a los puros de las bodas
con su fecha en la vitola,
ni a esa yerba de los zocos
que es más dulzona que dura.
Son los vicios de rapsoda,
mil perdones si provoco.
- “Te estás matando poco a poco”,
le decía su señora.
Y Nicotino ni caso,
- “¿Con ésas vienes ahora?
¿No estás tú pagando a plazos
hasta que llegue tu hora
mil recibos a “El Ocaso”
para el último cajón?
¿O es que yo no puedo acaso,
como tú, pasito a paso,
comprar mi incineración?”
De esos avisos luctuosos
que ya hace tiempo han incluido
con recuadro generoso
en todas las cajetillas
a alguno se le ha ocurrido
aquel chiste tan chistoso
qu’es que te desternillas,
que sin duda habrán oído,
que fue en verdad un sucedido
y les refiero yo gustoso.
Ya saben, cuenta el gracioso
que del siniestro surtido
de admonitorias esquelas
vino en darle una estanquera
a su cliente más vicioso
el que advierte –vaya tela-
contra el mal más ominoso,
la peor de las dolencias:
por el humo a la impotencia.
Un poquito picajoso
y con cierta renuencia
el fumeta receloso
propone a la dependienta,
si no hay inconveniente, un canje:
-“Qué aguafiestas que es la ciencia.
Mas puestos a anunciar percances,
¿no me podrías guapita dar
el de “Fumar puede matar”
o el que dice que da cáncer?”
No hay que ser un adivino
para poder adivinar
que fue nuestro Nicotino
el protagonista del lance;
mas permítanme que les avance
que no fue por desatino
ni por dar, chuleta, el cante.
Sin rastro de chulería
lo que dijo era verdad
pues hallábase en el trance
Nicotino en esos días
de cumplir una promesa
que exigía guardar ilesa
toda su virilidad.
Porque una noche de romance,
pretendiendo su señora
sacar el mayor rédito
al cumplimiento del débito,
ocurriósele en mala hora,
como quien se cobra un crédito
o factura algún servicio
meterse a extorsionadora,
ese femenino oficio,
y en el fragor del fornicio
jurar hizo a Nicotino
que iba a abandonar el vicio.
De mutuo acuerdo se convino
en ulterior negociación
aflojar aquel cilicio
aliviándole el suplicio
del mono y la privación
y graciarle el beneficio
a título de excepción
de un cigarro de armisticio
sólo en alguna ocasión.
- “El mejor, el del café”,
sugiriole su señora.
-“Ése es bueno, ya lo sé”,
atajola sin demora ,
“Pero no renunciaré
yo por nada de este mundo
a su placer más profundo:
el cigarrito de después”.
Al cabo de una semana:
- “Nicotino, me retracto.
Fuma lo que te dé la gana,
dos paquetes, tres o cuatro.
Libre estás de tu contrato”
- “¿Es que no he guardado, Juana,
el cumplimiento más exacto?
¡Que como una canonjía
fumo sólo tras el acto!”.
- “Sí. ¡Por la tarde y por el día,
por la noche y la mañana,
que desde el dichoso trato
ni me pongo los zapatos;
no salimos de la cama!”
Luego fue aquel fin de año
que ofreciole a su señora
como obsequio en Nochebuena
- “Este año no hay freidora,
no veas qué regalo, nena.
Voy a echarle dos ”reaños”,
así es que a partir de ahora
ya no fumo. Como suena”
A los postres de la cena
se fumó el pito postrero
y rindió ante su señora
el paquete y el mechero,
- “Ya nada será como antaño,
puedes guardar los ceniceros.
Ya sabes que cuando quiero
soy tozudo como un maño”
No aguantó ni al mes de Enero.
En tres días lo cogieron
fumándose aquel veguero
de aquel fálico tamaño,
tan a gusto el puñetero
a escondidas en el baño.
- “¡Ay Nico, qué desengaño!”
- “¡Te juro que es el primero…!”
- “Todos lo dejan, hace daño”
-“¿Tú me ves en el rebaño?
¡Yo lo dejo cuando quiero!”.
Mas no quería o tal parece
pues seguía Nico en sus trece,
erre que erre en su locura
sólo interrumpida a veces
por un paripé de cura
que a chantajes le procura
ésa que él ni se merece.
Pinchó hasta en la acupuntura,
que ya es pinchar, ¿no les parece?
En otro intento agónico
y tirando de tarjeta
comprose una vaporeta,
el cigarro electrónico.
A los dos días lacónico
se le oyó “a hacer puñetas”,
lo del cigarro clónico
resultó todo un desastre.
La electrónica croqueta
dio con el intento al traste
al chocar con una puerta
y romperse dos empastes.
No fue mejor con los parches,
de Juana otro cambalache
que se tomó al principio a broma:
- “Tú m´has tomao por la goma
de una bicicleta behache,
-vaciló con su maroma-,
o el tubular de una Orbea,
que primero antes se pincha,
y luego después se le parchea”
…Hasta que se le hinchan.
Y cuando se cabrea
a la mierda el tratamiento.
- “Total, no me hacía ni efecto…”
Mas no abandonó por esto;
es que tuvo conocimiento
dando un vistazo al prospecto
que trae el medicamento
de que éste contenía nicotina
y administra la toxina
sólo que en dosis más bajas,
algo como un sustituto.
Tardó justo diez minutos
en romper otra vez la baraja
fumándose liados cual canutos
todos los parches de la caja.
Náufrago en aguas de borrajas
como siempre el nuevo intento,
se dejó Nico de cuentos
y de ilusas zarandajas
y asumió que su mortaja
sería de humo. “Sólo siento
-dijo- aquí un remordimiento
por la pena de mi alhaja”
Mostrar su agradecimiento
a su señora, tan maja,
quiso mas ni a las rebajas
llevarla pudo por cierto,
pues le corren malos vientos
ahora que no trabaja.
Al filo de la navaja
y sin un Euro en el banco,
vino en su ayuda el estanco.
Allí encontró la solución,
un momio, un mirlo blanco,
cuando vio la promoción
“Con Marlboro a Nueva York”.
Como chollo no era manco:
diez puntos por cajetilla,
por cada punto una milla,
en apenas dos semanas
y tras miles de colillas
consiguió Nico pasajes
para ir a la Gran Manzana.
-“Vete haciendo el equipaje,”
sorprendiola una mañana,
“que te llevo de viaje.
No me metas más que un traje
y deja sitio. Ten en cuenta
que tabaco no me falte;
no sé yo si estos malanges
no habrán penalizao la venta”.
De plástico una boquilla
de esas con sabor a menta
encargole a su parienta
para pasar la pesadilla
de las ocho horas más lentas
en pasillo o ventanilla:
el tabaco en la maleta,
la maleta en la bodega
y él muriéndose de ganas.
Y en llegando a la aduana
los de Inmigración o los de Hacienda
que le requisan la tienda,
como había dicho su Juana.
El hotel lleno de alarmas,
por más que el pobre intenta
en parte alguna encuentra
Camel, Chester, Winston, Pall Mall...
Comenzó a perder la calma,
llegó hasta los espasmos,
y en el colmo del sarcasmo,
de vesánica crueldad,
se aparece por ensalmo
y viene a ofrecerle fuego
la estatua de la Libertad,
que el apodo manda güevos;
será de la condicional,
no de la otra desde luego…
Drugstore rezaba el letrero,
más o menos, droguería.
Y se dijo ésta es la mía.
Saludó cortés primero
en entrando por la puerta
“Good morning, buenos días”.
La callada por respuesta.
Allá al fondo el mostrador
y tras el mismo el droguero,
primo hermano de King Kong
a quien Nico suplicó
con un tono lastimero
“Please, Marlboro por favor”
Y eso fue meter la pata:
desde Queens hasta Manhattan
todo el mundo se apartó
como cuando ve a una rata.
Sintiose mirado Nicotino
con idéntica aprensión
con que mira un neoyorquino
ajustarse el cinturón
a un barbudo palestino
o con la aprensión que mira
a un iraquí con mochila
en el embarque del avión
cuando le espetó el gorila:
-“Hi, brother. What do you mean?
Smoking? Are you kidding?
Are you insane!!? Are you crazy!!!?
It’s disgusting!
It’s disgunsting y es mortal;
más fatal y más dañino
que una ducha de napalm,
que la cámara de gas,
como la inyección letal
o las bombas de racimo.
Son torreznos de tocino.
Y, o te largas ya de aquí,
o te acuso de asesino
y te apaña el ceeseí.”
Paradojas del destino,
de América vino el tabaco,
de América la prohibición
y hete aquí a Nicotino,
tenido por casi un caco
y dejándoles un pastón.
De América vino el tabaco,
de América la prohibición.
Ya lo dijo Calderón,
que todo en la vida es sueño,
que estos tíos son los dueños
y los dueños, dueños son.
-“Hasta aquí llegó el camino,
No hay más humo, Nicotino,
pensó mascullando un taco,
no tiene esto solución.
Mas si es de mi vida el sino
el irse a tomar por saco
de mono y de privación,
aquí mismo la termino
delante de estos maniacos
integristas del pulmón”.
- “Anything else, que se hace cola?”
se impacientaba el tendero.
- “¿Tienen ustedes pistolas?”
- “Gran surtido, caballero,”
cambió de tono el tendero,
“De Colt a Ceskabrojovka.
Parabellum desde luego,
Smith and Wesson. Todas.”
- “Me basta con que haga fuego”
- “Aquí está. La funda a juego
pa’ llevarla en el sobaco”
Fue empuñar Nico su pipa
y hacer del suicidio atraco.
Apuntole así a las tripas
y, tras seis días sin tabaco,
en los ojos Puerto Hurraco,
los ollares como un toro,
escupió con gesto fiero,
-“¿Qué si otra cosita quiero?
Pues va a ser que sí, droguero:
¡¡¡dos cartones de Marlboro!!!”
Y agarrando su tesoro,
aquellos dos lingotes de oro,
les dejó un queden con Dios
que ahora contestaron todos
y, lo mismo que un servidor,
hizo mutis por el foro.


Texto e ilustración: Agustín Casado

1 comentario:

Vivian dijo...

Jaja, muy bueno! No hubo caso con Tinoco. La cabra siempre tira pal' monte. ¡Dos cartones!
Besos