sábado, 8 de febrero de 2014

El fin del amor


Cuentan los cronistas no oficiales de la época, que Marte impuso a Cupido el castigo del destierro por unos asuntillos de faldas con Psique, que no fueron de su agrado. Y que la insistencia de Venus -toda lágrimas- para que perdonase al alado infante, encorajinaron hasta tal punto al dios de la guerra, que acabó por endurecer la pena, dictando que tuviese lugar en el desierto de Gibson, en la lejana Australia.

Y que, por esas cosas tan frecuentes que ocurren en los vuelos transoceánicos de largo recorrido, el equipaje del dios del amor se extravió sin que nunca se llegase a dar con su paradero, de modo que al travieso diosecillo no le quedó otro remedio que sustituir el arco y las flechas por un bumerán de segunda mano que adquirió a muy buen precio en una duty free del aeropuerto de Perth.

Concluyen los cronistas que, poco ducho en el manejo de tan peculiar como desconocida por los dioses romanos arma arrojadiza, Cupido recibió en todos los morros el impacto de su primer y poco afortunado lanzamiento -con el que al parecer pretendía despertar el amor de un aborigen por una canguro roja (Macropus rufus), a la sazón madre soltera-, quedando de inmediato tan prendado de sí mismo, que anduvo vagando durante largo tiempo por aquellos inhóspitos andurriales a la búsqueda de un charco en el que poder contemplarse como engreído Narciso. El fin de la historia -la historia de Narciso- es de sobra conocido.

Escultura: Eros y Psique, de Antonio Canova.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dioses clásicos revividos de turismo por la Australia profunda. Interesante