martes, 2 de agosto de 2016

Los pactos de la burra (4)

Qué preocupado anda estos días el personal —este mismo personal que tan a menudo se declara apolítico por la Gracia de Dios, el apóstol Matamoros y hasta Queipo de LLano― con que haya que repetir de nuevo elecciones en el lejano y apestoso reino de Ibexistán. ¡Y yo que le estoy cogiendo el gustillo a estar en manos de un gobierno de mierda en funciones! Por muy corrupto y sicario de las mafias del totalitarismo financiero que sea. O puede que por eso. Que así, con las manos atadas ―que no con todo atado y bien atado―, su presidente y sus ministros y ministras y otras cargas y cargos públicos hediondos de carroña en B y en diferido, no pueden ejercer con tanta facilidad de mamporreros para romper las hemorroides al pueblo. Y, ya adicto a las urnas, quiero más, sí más, oh dios, no pares, sigue, sigue. Y me encomiendo al refranero: no hay dos sin tres; no hay quinto malo; más chulo que un ocho; hasta el infinito y más allá —que no es refrán pero pudiera. Y como vulgar bruja Lola, pongo dos velas negras a Satán rogándole que jamás haya cojones ya de formar gobierno por estos sufridos pagos de apolíticos compulsivos y profesionales de la felación como paso previo a su ingreso en el edén de las puertas giratorias. ¡Que no haya manera sobrehumana de formar gobierno! A ver si de este modo, la materia putrefacta de lo seudopolítico patrio termina mudando en fértil estiércol del que germine la flor fragante de, por ejemplo, un par de siglos de socialismo libertario. O, al menos, que la masacre que hoy perpetran los pudientes de golpe en pecho y carné del Opus Dei contra los sufridos pueblos de Ibexistán, esta masacre de una clase sin clase contra un resto amorfo y desclasado, se mude en permanente y radical lucha de clases.

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