lunes, 10 de julio de 2017

Historias de la calle Alfarería —Barrio de Triana (6). Años 60 y 70 (1): Casa Diego (Carlos Parejo)


He abierto mis puertas el año 1972, en plena época de la psicodelia y el rock andaluz, cuando grupos como Triana están en las listas de los 40 Principales en toda España. No en vano, la alegría de su música contagia los vistosos y coloristas azulejos de mi barra, representando la calle Betis y sus antiguos corrales de vecinos.

Para celebrar la Exposición Universal de 1992 tuve otra genial idea: Montar una original maqueta de la parroquia de Santa Ana (la Catedral de Triana), bajo la que se esconde el dios Baco, en forma de tirador de cerveza, como si fuera un brujo benéfico. Sin embargo, no dudéis de mi bondad. Tengo una honda devoción a las imágenes sagradas de los Cristos y Vírgenes que protegen a los trianeros. Las descoloridas y deslucidas decenas de fotografías que van envejeciendo en mis paredes dan fe de ello.

Tengo a orgullo ser uno de los pocos bares para comer “de cuchara y mantel” que van quedando en el parque temático turístico de “la otra orilla”. Cada día de la semana seguimos preparando un plato casero: que si hoy cocido, pues mañana puchero; pasado son los chícharos, y luego los garbanzos con espinacas y las lentejas, que si no las quieres, pues las dejas. Los mayores evocan a sus madres y abuelas, que se pasaban toda la mañana preparándoselas e inundando con su olor el ambiente, de modo que desde la esquina sabías lo que tocaba hoy para comer. Los jóvenes, la generación del tatuaje y las nuevas tecnologías, ha escuchado hablar de estas viejas costumbres, pero prefiere los precocinados y las comidas rápidas.

También nos hemos apuntado a la moda de los platitos y tarrinitas de caracoles: Acaba la primavera y comienza el verano: ¡Qué bien entran estos diminutos gasterópodos, flotando como pueden en el diluvio dorado de varias cervecitas fresquitas y casi heladas, en los extensibles estómagos de mis parroquianos!

Es, sin duda, una solución drástica para soportar alegremente la asfixiante calorina del mediodía y primeras horas de la noche. Que para pasar la tarde descansadamente ya está la siesta y para aburrirse el amodorrarse en el sofá viendo las telenovelas o los documentales de animales.

El bar se llena en horas punta y la gente vocifera y se cruzan las conversaciones. Los ”Hola, mi arma” y “Hasta Luego” rebotan como pelotas de goma de aquí para allá. Los ojos brillantes y las mejillas encendidas muestran que el personal se suelta la lengua y va perdiendo la rigidez del “Curro”. Alguno se siente tan a gusto que coge una guitarra y se atreve con unas sevillanas rocieras al modo trianero. El de al lado, emocionado, grita: ¡Viva la Blanca Paloma¡¡Viva el Pastorcito Divino¡ Y replica un coro de voces: Olé, Olé, Olé… 

(¢) Carlos Parejo Delgado



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