lunes, 4 de septiembre de 2017

Historias de la calle Alfarería —Barrio de Triana (13). La Banda de corazones solitarios. (Carlos Parejo)


Como cantan The Beatles, en cualquier calle –y no va a ser menos la trianera calle Alfarería- hay siempre una “Banda de Corazones Solitarios”. La mayoría son varones adultos de cincuenta para arriba, solteros, divorciados o viudos. Son, sin duda, sus vecinos más tempraneros y andariegos. Sin familia ni parientes a los que cuidar, se los encuentra desde que raya el alba –cuando oficialmente aquí se ponen las calles- desayunando sin prisas en los bares de siempre. Tienen también sus clásicos itinerarios por el barrio, con o sin perros que los acompañen. Y, mientras piensan en las musarañas, van saludando a simples conocidos de vista; conocidos con apodos, nombres y apellidos; y amigos de verdad. Con éstos se ponen a tertuliar en sus lugares favoritos, habitualmente esquinas o bares concurridos, por donde pasa mucha gente y se puede medir la temperatura social de cada día. Sólo los grifotas de toda la vida buscan lugares recónditos y difíciles, donde lo que ganan como eventuales aparcacoches se lo pulen en hierba y litronas de Cruzcampo. Antes muchos de ellos se ganaban parte de sus parnés mensuales como recaderos habituales de esta tienda o aquel bar. Pero desde la crisis del año 2007 la mayoría de estos corazones solitarios se conforman necesariamente con gastar prudentemente sus pensiones de prejubilación o jubilación. Con dichos dineros transcurren sus veinte o treinta últimos años en el pasatiempo de ir gastando la energía física y mental - que les va menguando poco a poco- en pasear y charlar al aire libre, o - cuando están en sus reinos particulares -en las horas del mediodía o madrugada- , verse mil y un programas en la “caja tonta”, o bien, entretenerse- como hechizados- con los nuevos videojuegos de INTERNET. Los corazones solitarios más aventureros se embarcan en baratos viajes dominicales por playas y ciudades próximas. Los que organiza cada temporada “fulanito” para las gentes del barrio; o se apuntan a los talleres municipales del distrito que organiza el ayuntamiento. Allí van aprendiendo ingles, francés, yoga, sevillanas y, cómo no, informática, ese nuevo saber que ya no puede faltar. Los más sedentarios ni siquiera eso, tienen echadas sus raíces en la calle, al modo de árboles humanos, y según las horas te cruzas con este o con el otro, pues tienen unas sagradas rutinas diarias que raramente transgreden. Sin embargo, se pueden contar con los dedos de la mano los corazones solitarios que emprenden algún negocio a estas edades, o simplemente los que escriben sobre tantas vivencias cotidianas que les han pasado, o tantos cambios que ha habido en la calle Alfarería, a lo largo de ese más de medio siglo que los separa –como un abismo- de aquella calle de los tiernos años de su infancia y los dorados años de su adolescencia, bien durante la postguerra civil o en plena la transición democrática.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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