jueves, 28 de diciembre de 2017

Alibabaña


Érase, no muy lejano, un país muy de derechas y mucho de derechas donde la mayoría de sus súbditos se decían apolíticos o de izquierdas. Los discursos oficiales, cada vez que volvían a las casas por Navidad, hablaban de prosperidad y buen rollito, pero en las calles reinaban la represión y la miseria. También era una tierra muy pródiga en banderas. Y es que eran tan versátiles. Igual se usaban como mortajas para ocultar de las miradas los cadáveres antiguos de los ajusticiados por defender lo legítimo, como para, con impostado patriotismo y a modo de tinta de calamar, enmascarar la fuga del botín de íncubos, súcubos y otros desaprensivos patrios hacía los más prósperos, por hematófagos, de los paraísos florecidos allende los más remotos mares o en el sistema alpino. Menos mal que este país tenía un par de reyes muy católicos y mucho nacionalcatólicos, apostólicos y romanos que vivían cómo Dios, uno de los cuales, además, estaba "preparao" con avaricia. De no ser así, difícilmente hubiese nadie entendido que, habiendo sido declarado aconfesional, en este país de todos los demonios se mostrasen, y con tamaña impúdicia, tan estrechamente amancebados Iglesia y Estado.
(Es broma, exceléntisimos y muy independientes altos magistrados del Régimen; es que hoy es el día de los inocentes -aunque todos, unos más, otros menos, seamos un poco culpables. ¡Arriba Honduras! ¡Viva Tabarnia! ¡Y que le den a Putin y a Maduro!)

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