lunes, 1 de enero de 2018

Verá usted, monseñor



V
erá usted, monseñor,
no me venga otra vez, que ya son muchas,
con las mismas monsergas;
que, para cruentos chinos,
ya tengo suficiente con las largas
reuniones bimestrales de vecinos,
que me impiden, maldito sea el destino,
cuando tocan, bajar a la taberna
a hartarme de buen vino o de cerveza,
hasta que la ebriedad, bendita sea,
me permite olvidar tanta monserga
de los diablos que, a fin de saquearnos,
domarnos, dirigirnos, manejarnos,
dicen representar en esta tierra
a criaturas divinas que, hasta ahora,
si por algo han brillado es por su ausencia.
No se lo digo más, me tiene usted
-aquí me autocensuro-
hasta la coronilla y más allá
con tanto pretender hacerme acólito
de su infumable secta; ya le he dicho
una y mil veces que no creo en dioses,
reyes, patronos, himnos ni banderas.
Eso sí, le confieso, sin prometerle nada,
que estaría dispuesto
a reconsiderar mi posición
si le pide a su dios y él me concede
el prodigioso don
de mudar a mi antojo el agua en vino,
y para usted los panes y los peces.
Amén y adiós, muy buenas.

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